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Miércoles, 18 de febrero de 2009 (Actualizado a las 08:28)
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Uy, uy, uy... los propios keynesianos tiran la toalla

@S. McCoy - 17/02/2009

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Recordarán muchos de ustedes una pieza que está llamada a convertirse en un clásico de la literatura económica contemporánea. La recogió El País, traducida al castellano, en su edición dominical del pasado 19 de octubre. Su autor, el Nobel de Economía Paul Krugman. Su titular, ¿Quién era Milton Friedman? El artículo ensalzaba a Keynes como ese Lutero que había llegado a romper con la hegemonía hasta la Gran Depresión del libre mercado, a la vez que criticaba al padre de los monetaristas, Friedman, al que identificaba como el San Ignacio de Loyola que propugnaba la vuelta a la errada ortodoxia tradicional, doctrina que con el paso del tiempo volvería a imponerse. Siguiendo con el símil religioso, el colaborador de NYT concluía su extenso comentario afirmando que “cuando Friedman inició su trayectoria como intelectual público, había llegado la hora de llevar a cabo una contrarreforma contra el keynesianismo, y todo lo que eso conllevaba. Pero lo que el mundo necesita ahora, diría yo, es una contra-contrarreforma”.  En definitiva, como neokeynesiano de pro, Krugman defendía, en un entorno como el actual, y ante la ineficacia de la política monetaria, la intervención estatal a gran escala en la economía.

El cadáver de Lehman Brothers aún reposaba caliente sobre la estupefacta conciencia de la mayoría de los analistas a nivel mundial. Lo que no podía ocurrir, mejor dicho: lo que no debía ocurrir, había sucedido. Fue entonces cuando el consenso del mercado tomó una doble decisión. Uno, olvidar el pasado. Nadie se paró a pensar hasta qué punto las decisiones políticas habían conducido a un descalabro como el que se acababa de materializar. El caso de la intervención encubierta, -seis meses antes, que se dice pronto-, de Bear Stearns a través de JP Morgan, se convertirá, con el paso del tiempo, en símbolo de las prisas por atajar cuestiones individuales antes que la problemática de fondo que afectaba a todo el sistema. Dos, poner el futuro en manos de esas mismas autoridades cuya escasa diligencia anterior clamaba al cielo: había quedado demostrado que la libertad de actuación de las fuerzas del mercado era perversa y se podía llevar por delante el conjunto de la economía financiera. Era momento de actuar desde la atalaya pública. ¿Qué hubiera ocurrido si todos hubiéramos tenido un poquito más de perspectiva globalizada? Desgraciadamente, ya nunca lo sabremos.

El abrazo de las Tesis de Keynes propugnada por Krugman pareció entonces inevitable. Se requería del recurso al Estado para sacar las castañas del fuego, cadencia que erróneamente se estructuró en dos estadios: primero, las finanzas; después la economía. Pocos recordaron en aquel momento la evidente interrelación entre ambas. Sólo cuando la brutal caída de la producción y la destrucción masiva de empleo han irrumpido con una fuerza inusitada, muchos han recordado que la convergencia de la realidad financiera a la causa que la justifica, que es la actividad productiva, lleva irremediablemente aparejada, como así ha sido, una ralentización salvaje de la segunda en ausencia de la primera. Las desesperadas llamadas al crédito de instituciones de todo pelaje no hacen sino reafirmar tal opinión. Siguen en Babia. El caso es que Keynes entraba por nuestra puerta y se convertía en un compañero necesario para el duro viaje que nos tocaba acometer. No importaban los déficits fiscales: el fin justificaba los medios. Como el teatrero Obama se ha encargado de representar, siguiendo el legado catastrofista (¿o habría que decir realista?) de Bush: o esto o el desastre.

Claro que había un pero que los apóstoles del keynesianismo no tomaban en consideración. La experiencia ha demostrado que las propuestas del británico requieren para su final feliz de la convergencia de dos factores: por una parte, la temporalidad. La intervención del Estado en un sistema capitalista ha de ser excepcional y limitada en el tiempo. El comienzo de este impagable análisis de Willem Buiter, de principios de año, es muy revelador sobre la cuestión. Según las estimaciones de los analistas, los sucesivos planes de incentivo económico en Estados Unidos van a suponer un agujero presupuestario equivalente al 13,5% de su PIB. El margen de maniobra que tal importe permite, ante posibles errores en el tiro de la acción pública, es muy limitado: se requiere de iniciativas que generen actividad futura y no que consoliden el gasto presente para que tales desequilibrios puedan corregirse el día de mañana. Pero es que, además, los costes de financiación que la masiva emisión de deuda soberana lleva aparejados pueden alcanzar, según Moody´s, un 10% de los ingresos fiscales de aquél país. A más, a más que dirían los catalanes. Cuidado.

Junto a esta primera consideración, que no es baladí, se encuentra la segunda y más importante. El keynesianismo sirve de estímulo a la demanda para un entorno de oferta adecuada. Es lo que permite incentivar la creación de empleo y reactivar el consumo. Sin embargo, lo que ha ocurrido en los últimos años en el propio Estados Unidos, en un proceso similar al de España, es una inflación salvaje en el precio de los activos que ha conducido a un consumo desaforado que se ha financiado desde el interior y el exterior. La consecuencia ha sido un exceso de capacidad, inmobiliaria y productiva, que ahora tiene que purgar sus excesos y que se encuentra como contrapartida con unos compradores ahogados por las deudas. Mientras que el valor ilusorio de sus bienes se ha colapsado, la realidad de las obligaciones de los consumidores respecto a terceros sigue plenamente vigente. Necesitan ahorrar, repagar deudas y vender activos.

La crisis simultánea de oferta y demanda es un escenario ignoto que ha provocado que los propios keynesianos arrojen la toalla. El propio Krugman habla en su post de ayer de una década pérdida. Y no se refiere precisamente a la pasada. Todos sabemos que, más allá de disquisiciones intelectuales, lo que convierte una recesión en depresión es la permanencia de aquella en el tiempo. Tal y como recuerda el Nobel, no es posible la convivencia entre un masivo endeudamiento privado, como el actual, y un ingente apalancamiento público como el que se nos viene encima. En ese entorno, el estímulo no funciona por ninguno de los elementos de la ecuación. De ahí que esté tan de moda el desapalancamiento. Algo que, desde el principio, era tan evidente ha tardado ni más ni menos que cerca de dos años en constatarse fehacientemente. Sólo para concluir que, a lo peor, con tanto plan público nos estamos precipitando. Japón aparece a la vuelta de la esquina. Dios nos coja confesados.

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Opiniones de los lectores (65)

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65. usuario registrado guille17/02/2009, 23:00 h.

"El arte de gobernar generalmente consiste en despojar de la mayor cantidad posible de dinero a una clase de ciudadanos para transferirlo a otros".
Dice "CLUB VALIENTES" [57]: Debe promulgarse la Ley de los Patriotas para q1ue el Estado acepte donaciones de particulares
y empresas, con el fin de estimular la inversión productiva y generadora de empleo. Ahora no hay posibilidad de dar nada al Estado; salvo renuncia a la devolución del IRPF.
O sea, que le parece poco las "donaciones" obligatorias de un IRPF sin deflactar, la "donación del 22% de impuestos en la moderada tarifa electrica para que la "inviertan los amigos" del multimedia y le impongan tan "sólo el 7%" a los servicios de televisión, le parece poca la donación no voluntaria de los IBIS manejados con las subiditas del 100% de la valoración de la vivienda, o le parece muy fuerte "la donación" de las Sicav de los pobrecitos inversores de clase "alta" o tendriamos que donar con inmensa alegria para arreglar la justicia o... es Vd un bromista de cuidado.

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64. usuario registrado El Sabiondon17/02/2009, 22:05 h.

¡Cuanto diletante! A este paso, con tanto econimsta secidente entre artículo y comentarios acaberamos diciendo que de "economía y de medicina..." [¡Por favor, alguien sabe aquí algo de un tal Keynes -no digo ya de Beveridge-].
Y por cierto, ¿por que hay que inventarse lo que [no] dice un artículo para dar una homilía?

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63. usuario registrado jibaro17/02/2009, 21:46 h.

Solamente hay que leer lo dicho hoy por Solbes, para darse cuenta de que de la recesión en la que ya estamos instalados, entraremos sin duda en la depresión económica, pues este hombre le da largas y más largas en el tiempo a la solución. Está totalmente sin rumbo, como una gallina ciega, sin una dirección medianamente precisa. ¡Que pena de tiempo valioso perdido! Ya lo dije en estos foros hace aproximadamente un año, o tal vez más, que estábamos entrando de cabeza en una “crisis a la japonesa” y que nos atáramos los machos. No tiene explicación que han hecho en estos dos últimos años el cortejo de economistas y demás comparsas que rodean al inútil Zapatero. Bueno… sí lo sé y ustedes también.
Completamente de acuerdo con Mc Coy, especialmente con el ultimo párrafo de su articulo. Como siempre, da gusto leerle..
Un saludo a todos con SAYONARA incluido.

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62. usuario registrado Ransom17/02/2009, 21:03 h.

Hola,
Al igual que a ti se te ha cortado a mi se me ha escapado... un error al fin y al cabo. Las prisas al escribir y la imposibilidad de editar los mensajes son cosas incómodas y veo que incomodan. Tendré mas cuidado, pero veo que lo habéis entendido al fin y al cabo.
Saludos.

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61. usuario registrado Recaredo II17/02/2009, 20:51 h.

Se me ha cortado.

Decía que entrecomillo porque el término "experto" es algo que cada vez pongo más en duda, en todos los campos, pero muchísimo más en el económico, los "expertos" andan a la gresca intentando aplicar medidas para salir de esta crisis en base a...la experiencia pasada.

Pues no, listos calixtos, los economistas, fieles a su tradición de explicar muy bien lo que ha pasado pero no tener ni zorra en cómo arreglar desaguisados presentes [salvo honrosas y contadas excepciones en el pasado, ahora está por ver]siguen empeñados en aplicar recetas antiguas para ingredientes nuevos. Y claro, el guiso creo que va a resultar cualquier cosa menos digestible. Es más, resultará indigesto a más no poder.

Ni monetarismo ni keynesianismo señores. A purgar y nada más.

Por cierto, soy licenciado en Económicas [pero para nada economista, que no es lo mismo, y algunos lo/se confunden. Así nos va].

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@S. McCoy

Experto financiero que escribe Valor Añadido. Es un incisivo analista que despertó el interés de nuestros lectores con sus brillantes y didácticos artículos sobre empresas, sectores y tendencias del mercado.

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