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Por su particular idiosincrasia, España ha hecho de los ingenieros de Caminos, Canales y Puertos la casta dominante entre el empresariado patrio, con permiso de los banqueros. Una tradición que se consolidó en el siglo XX y que se ha perpetuado en el actual. Muchas de las que todavía hoy son primeras fortunas de la piel de toro levantaron las primeras piedras del castillo de su fortuna a los pies de una polvorienta caseta de obra. El recién fallecido Rafael del Pino, fundador de Ferrovial, fue todo un ejemplo de este paradigma.

Doctor ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, este madrileño fundó a sus 32 años la compañía que presidiría durante los próximos 48 años. Era la España de 1952, que aún cicatrizaba las heridas de la guerra civil y que al mismo tiempo se preparaba para un tiempo de reconstrucción y desarrollismo. Probablemente, sin ser el mejor de los escenarios, aquel país reunía las condiciones adecuadas para que un joven emprendedor con formación pasara por el lugar adecuado en el momento preciso.

Antes fue a recorrer las tripas de la Europa próspera. De Alemania se trajo las herramientas para poner en marcha sus sueños como empresario. Y como siempre ocurre en los principios, los primeros pasos de Ferrovial fueron como subcontrata para la renovación de las vías ferroviarias y para la explotación de talleres de cajeo de traviesas para Renfe. Y así, durante 16 años seguidos, logrando convertir lo que era un servicio más dentro de la industria del Ferrocarril en el embrión de todo lo que vendría después.

Obligado a hacer virtud de la coyuntura de austeridad, Del Pino consiguió consolidar su criatura empresarial a base de trabajo y obra pública. Ya en los años 60, amplió el radio de acción de Ferrovial, que se atrevió con la explotación de canteras, el asfalto de carreteras y la construcción de pantanos, para años más tarde, gracias a los recursos acumulados, participar en el maná de las autovías y autopistas. El apellido Del Pino consiguió hacerse un hueco en la cohorte de los Boada, Botín, Entrecanales, Koplowitz o Massaveu.

El patriarca de la construcción, como algunos le apodaron, hizo gala y cultivó la imagen de hombre austero y recto hasta el extremo, muy a la antigua usanza, llegando a parecer arisco en algunas ocasiones. Eran otros tiempos. No hacían falta la fotogenia ni el talante. En el barco de Ferrovial solo había un patrón, como bien sabía la tripulación de ingenieros. Del Pino se consideraba así mismo como un viejo zorro, dispuesto a librar siempre hasta el último segundo de una batalla.

Como gigante que ha llegado a ser, Ferrovial es también la historia de un proceso de fusiones y adquisiciones. La primera y más sonada, con la que el viejo patriarca consigue dar un golpe de efecto, fue la compra no consumada de Cubiertas y MZOV, propiedad de la familia Entrecanales, la otra saga del mundo de la construcción con la que se ha comparado a lo largo de la historia. El tiro no cazó la pieza, pero reportó a Ferrovial 5.000 millones de las antiguas pesetas que le permitirían, años más tarde (1993), quedarse con Agroman, la constructora de Banesto.

A todos sus logros como empresario, Del Pino sumó también una clara proyección como hombre comprometido desde la sociedad civil en el mundo de la política y de los negocios. Participó e hizo oír su voz en foros como la Asociación Para el Progreso y el Desarrollo (APD) o el Círculo de Empresarios (CE), para pasar a formar parte ya en la España moderna de los años 80 de la conocida beautifull people, círculo de poder sobre el que gravitaban personalidades de la política y las finanzas como Jose Mería Lopez de Letona, Mariano Rubio, Leopoldo Calvo Sotelo (de quien fue cuñado), Claudio Boada o Jose Maria Amusategui.

Como empresa familiar que es, Ferrovial asistió a la sucesuión de Rafael del Pino padre por su hijo Rafael en el año 2000. Una multinacional con presencia en más 40 paises y 15.000 empleados veía como sangre de la misma sangre tomaba el bastón de mando, después de que el hereu culimanra sus años de preparación a imagen y semejanza del patriarca. Y así ha ocurrido también con quienes han tenido en la construcción el pilar básico de su constitución. Otros, ingenieros más noveles, como Florentino Perez o Luis del Rivero, intentan recuperar el tiempo perdido.

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