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Ese es el título del libro que estoy leyendo en estos momentos. En él John Mauldin –conocido inversor americano- les pide a un grupo de reconocidos gestores –cada uno de su padre y de su madre, con estilos completamente distintos- que den un consejo de inversión. Mejor dicho, que den la que consideran que es la mejor recomendación para gestionar con éxito una cartera, la que darían a sus hijos en el lecho de muerte.

A mi este tipo de literatura –que podríamos llamar de autoayuda- reconozco que no me llena el ojo. Suelen ser libros mal escritos y peor traducidos que no cuentan nada nuevo. En mi opinión, los mejores te dejan alguna conclusión interesante y sirven para ordenar algunos conceptos; mientras que los peores –la mayor parte de los que he despachado- son una gran pérdida de tiempo con pretensiones moralistas.

En este caso –sólo voy por la mitad- creo que éste lo encuadraría en el primer grupo. No se hagan ilusiones. El libro no cuenta ninguna formula secreta ni modelo de gestión que nos vaya a hacer ricos -por cierto nunca lo pensé, quiero creer que no soy tan iluso-. Estos reconocidísimos gestores para contarnos el secreto de su éxito, primero tendrían que conocerlo. Además, en el remoto caso de que yo hubiera dado con uno ¿creen que lo compartiría?

Pero es bastante útil para recordar algunos principios de inversión que nos pueden ayudar a la hora de tomar decisiones. Resulta chocante que un grupo de gestores tan reconocidos y exitosos –ya sé que los dos atributos van de la mano- señalen conceptos tan sencillos como las líneas maestras de sus políticas de inversión.

Un de los gestores considera que para hacer las cosas bien lo que hay ser es muy disciplinados a la hora de hacer trading. Nunca emperrarse con las posiciones. Ser muy disciplinados con los stop losses y nunca, nunca, doblar las apuestas cuando se va perdiendo –lo vulgarmente conocido como “promierdar”-. Apuesta más en las ideas que funcionan y corta pérdidas en las que no. El único que tiene razón es el mercado. Suena muy razonable, ¿no?

Otro de los capítulos apuntaba como el pilar del éxito el control del riesgo. En él se desmonta la teoría de que la rentabilidad va siempre de la mano del riesgo. La conclusión es que no por asumir más riesgo se va a obtener siempre más rentabilidad. Muchas veces asumimos riesgos muy altos que tienen rentabilidades esperadas muy bajas. En cada caso hay que adaptar los niveles de rentabilidad al riesgo que deseamos obtener y no al revés. Al final se trata más de analizar riesgos que retornos esperados.

En otro de los capítulos, el autor hace una comparación muy interesante entre la gestión de una cartera y la escalada de una montaña un día de niebla intensa. El buen gestor es aquel que hace cumbre en esas condiciones. Cualquiera es capaz de hacerla en un día soleado. El gestor de éxito se diferencia del resto porque es capaz de interpretar correctamente la señales que te da la montaña y no despeñarse en el camino.

Muy interesante. Lo recomiendo. Otro día que no sepa de que escribir cuento algún otro capítulo.

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