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Generación decepción: el drama de los veinteañeros españoles

@S. McCoy - 23/07/2009

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Se titula Los sueños rotos de una generación de españoles y es una de las noticias principales de la revista norteamericana Time de esta misma semana. Un  reportaje flojo que incurre en las exageraciones típicas de quien ha iniciado el documento con una idea preconcebida que se empeña en plasmar. Baste con decir que toma como referente del impacto de la crisis una tienda de… tatuajes a la que le está salvando el negocio… los piercings. En fin. Sin embargo, acuña la autora un concepto que me ha llamado poderosamente la atención: bautiza a nuestros veinteañeros, aquellos que se incorporan ahora al mercado laboral o están finalizando sus estudios universitarios como la Generación Decepción, sustantivo que el diccionario de la RAE define como aquel pesar causado por un desengaño.

Acudo a la semántica del término porque me parece de enorme trascendencia. El activo más valioso de una nación como la nuestra, que carece de los recursos naturales suficientes como para asegurarse, de modo temporal eso sí, salvo inversión adecuada de los recursos, su prosperidad futura es la ciudadanía y, dentro de ella, la juventud que es quien, en teoría, debe contar con la energía suficiente como para promover cualquier cambio social, toda vez que la tan discutida inteligencia gubernamental socialista, que para mi existe, se ha plasmado en su capacidad de anular a los articuladores tradicionales de tales movimientos: la clase obrera y los intelectuales. De ahí que el factor educativo tenga tanta importancia. Y de ahí, igualmente, que no se deba restringir al ámbito de la escuela y la universidad sino que deba involucrar al conjunto de la sociedad, empezando por la familia y continuando por los medios de comunicación y los modelos que los mismos proponen, por no hablar de las distintas Administraciones.

Del despertar de un engaño colectivo…

De la definición de Decepción se infieren una causa, el desengaño, y una consecuencia, el pesar. La primera se entiende, en su acepción más general, como el conocimiento de una verdad escondida y, en la más estricta, como aquellas lecciones aprendidas por experiencias amargas. Uniendo estos conceptos con el párrafo anterior no es difícil concluir que nuestros jóvenes han sido los primeros damnificados de la desaparición de esa ilusión de riqueza colectiva que han provocado los, probablemente, veinte años más prósperos de la Historia Española Contemporánea. Dos décadas en las que la primacía del tener ha barrido al ser, la apariencia ha triunfado sobre la esencia, el esfuerzo y el sacrificio se han visto derrotados por el cáncer de los derechos adquiridos sin razón y el dinero fácil. ¿Por qué? Porque yo lo valgo. No va más.

De ese engaño colectivo somos todos responsables, de un modo u otro. Por acción o por omisión, esto es: por consentimiento tácito y expreso. Creímos normal lo excepcional y educamos o dejamos educar a nuestros hijos sobre la base de ese erróneo punto de partida. Y aún seguimos en ello, si nos atenemos a esta impresionante pieza de Ramón Muñoz en El País. Un artículo que sólo yerra, desde mi punto de vista, en una consideración: más peligrosa que el asilvestramiento derivado del instinto de supervivencia que William Golding recogió en El Señor de las Moscas, y que podría llegar a ser incluso justificable bajo determinadas circunstancias, es la apatía destructiva que se deriva de la ausencia de valores, de la relatividad moral, de la indiferencia ante quienes nos rodean, convertidos en objetos a mi servicio y no en entes con vida propia que han de ser respetados en su integridad. La cosificación del ser humano, a la que contribuye el acceso precoz y no controlado a todo tipo de porquería cibernética por nuestros chavales, alerta padres, tiene como consecuencia que se pueda violar a una chica entre varios quinceañeros como un divertimento más, sin importar las consecuencias. De eso estamos hablando, aunque nadie lo quiera decir.

… a la necesidad de evitar la reacción desde el Pesar

Tan terrible como la constatación de que la Generación Decepción lo es en virtud de un proceso colectivo de desengaño que es resultado de un mecanismo aún más global de sugestión de riqueza permanente, es la consecuencia que se deriva de la misma: el pesar, vocablo que encierra una serie de connotaciones negativas que esta España tuya, esa España nuestra, hoy no se puede permitir. Y es contra lo que tenemos que luchar con todas nuestras fuerzas ya que sus consecuencias a medio y largo plazo son terribles. Hay que pelear contra el abandono intelectual, la muerte del carácter emprendedor, el conformismo vital. Un proceso de degradación que ya ha dado sus primeros pasos. Resultan demoledoras las encuestas que hablan de la función pública como la salida más deseada por una parte sustancial de nuestros estudiantes universitarios. Hemos pasado en pocos años de los valores JASP (Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados) al FASMP (Funcionario Aunque Sobradamente Mal Pagado). Casi nada.

El riesgo está ahí. Y, con todo lo reprochable que el reportaje del Time tiene, y que es mucho, parece que lo ven con más claridad fuera de nuestras fronteras que dentro de ellas. Hay que evitar en España una Generación Decepción antes de que sea demasiado tarde. La regeneración democrática, política, económica y social que urgentemente requiere nuestro país precisa de una juventud que no mire lamentándose al pasado sino que aprenda de los errores y ponga la vista en el futuro. Sin ella, por más que nos empeñemos,  tardaremos aún más, si cabe, en salir del hoyo en el nos encontramos. Y es, como siempre, responsabilidad de todos. Se trata simplemente de hacer girar en sentido contrario la rueda de los errores que, en el proceso de formación de la conciencia y voluntad de nuestros hijos, hemos cometido. Recuperar el esfuerzo y el sacrificio, incentivar el riesgo y la necesidad de aprender del error y no esconderse en él, sustituir el placer a corto por los objetivos a largo pueden ser buenos puntos de partida. La vuelta de la austeridad, la autoridad y la espiritualidad, ya lo saben, son los motivos, entre otros, por los que me encanta esta crisis. Dicho queda de nuevo.

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@S. McCoy

Experto financiero que escribe Valor Añadido. Es un incisivo analista que despertó el interés de nuestros lectores con sus brillantes y didácticos artículos sobre empresas, sectores y tendencias del mercado.

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