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Una característica prima sobre las demás a la hora de definir la labor llevada a cabo por el gobierno desde el inicio de la crisis: el activismo. No la confundan con la gestión, pues es cosa bien distinta. Esta última encuentra su ser en la necesidad de establecer una serie de soluciones eficaces para la resolución de los problemas planteados. No importa tanto cuánto se hace sino el resultado previsible de lo que se hace. Implica reflexión, análisis de pros y contras y, en última instancia, acción. El fin por encima de los medios. Por el contrario, el activista es aquél que, aferrado a una idea que limita su horizonte de pensamiento, se dedica a encadenar propuestas que persiguen lograr una labor de concienciación por la vía del hartazgo reivindicativo.

O al menos así lo entiende servidor en su versión más extrema. Y al final, de ahí su nombre, importa menos el por qué que el cómo. Pues bien, nuestro ejecutivo, con la fe del converso, ha descubierto tardíamente que la crisis existe y, como los burros con anteojeras, ha decidido entregarse a la absurda causa de aprobar día sí, día también, medidas de todo tenor para dar la sensación de que hace algo aunque la realidad última, como prueba el fracaso del automovilístico Plan Vive, es que son balas que se disparan a discreción, por si alguna da en el blanco. Pónganse a cubierto.

En esta categoría se encuadra el Fondo Estatal de Adquisición de Activos Financieros. La imperiosa necesidad de igualarnos en las urgencias con el resto de las economías desarrolladas llevó a la elaboración de una proposición precipitada en su concepción, equívoca en su motivación,  difusa en su ejecución. El sistema más solvente del mundo, espejo en el que cualquier país que se precie debería mirarse para proteger su futuro y evitar repetir los errores del presente, se encontraba de la noche a la mañana con un Plan. Qué paradoja. Y ahora que se van conociendo los detalles vemos que, cuando se trata de pasar de las musas al teatro, el actual gobierno es un artista de convertir el improvisado digo en Diego y aquí paz y después gloria.

Ya no se trata de un mecanismo para reactivar la concesión de crédito para empresas y particulares por parte de las entidades, que era lo que teóricamente le diferenciaba de los rescates allende nuestras fronteras. Es éste un fin menor, como prueba el hecho de que sólo un 25% del importe de las subastas sean no competitivas y vinculadas a la voluntad de los bancos y cajas de poner el dinero en circulación. Suponiendo que quien acude a la subasta es quien más necesita el dinero, por la misma regla de tres será quien tenga menos voluntad de prestarlo, digo yo. ¿Entonces? Interesante ver cómo evoluciona esta partida que se han sacado de la manga para salvar la cara.

Ahora estamos hablando de otra cosa que a nadie escapa. A partir de ahí la articulación entra dentro de lo previsible: sistema periódico de subastas y con el  Banco de España actuando de depositario y agente de las operaciones, como no podía ser de otra manera. Con objeto de diferenciarse de la operativa del Banco Central Europeo, una doble salvedad: capacidad para adquirir activos bancarios de la mejor calidad de forma permanente, por una parte, y posibilidad de realizar operaciones de compra venta a plazo por periodos superiores al año, por otra. Unas especificaciones que son clave para que la propuesta tenga viabilidad en la práctica, cosa que me temo que hasta el propio gobierno comienza a dudar y eso que todavía no ha empezado a andar.

Y no sólo porque la venta de forma permanente al Estado del jamón de los activos suponga pan para hoy y hambre para mañana, ni porque el abanico de colaterales aceptados por el BCE es sustancialmente más amplio del que ofrecen nuestras autoridades pese a las limitaciones temporales. Qué va. Simplemente se trata de una cuestión de discreción. La adecuada exigencia de trasparencia sobre el plan español por parte de la ciudadanía choca con la absoluta opacidad del organismo supranacional sobre este particular. Y, puestas a elegir, y a no ser estigmatizadas, como dice el propio Vegara, las sociedades financieras españolas, como ya hemos comentado alguna vez, van a preferir seguro honra sin barcos que barcos sin honra que da igual el escarnio público cuatro meses antes que cuatro meses después que todos sabemos cómo es de pasional Juan Español. Veremos, por tanto, en que queda todo esto. Me temo que, salvo urgencia predecible, en casi nada. O, si no, al tiempo. Un nuevo tiro que yerra su objetivo. Ah pero, ¿lo tenía?

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@S. McCoy

Experto financiero que escribe Valor Añadido. Es un incisivo analista que despertó el interés de nuestros lectores con sus brillantes y didácticos artículos sobre empresas, sectores y tendencias del mercado.

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