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Galas benéficas, venta de galletitas, concursos de tartas... son prácticas muy habituales en Estados Unidos. No existe película yanqui de amor y lujo en la que no se refleje esta realidad: vestidos de seda llenos de lazos, pedruscos colgados en cuello y orejas, caballeros con esmoquin y una invitación a una cena de 2.000 dólares a la que asiste el ‘major’ para lavar su conciencia... Y si además de quitarse el sentimiento de culpa pueden ganar unos cuantos miles, mejor que mejor. Al menos así se lo ha planteado hasta hoy la fundación benéfica Robin Hood, que ‘pedía a los ricos para hacerse más rica ayudando de paso a los pobres’.

El secreto: manejar grandes sumas de dinero, suficientes para invertir en hedge funds y obtener una alta rentabilidad. Hasta ahí no es tan descabellado, son muchas las organizaciones sin ánimo de lucro norteamericanas, por no decir casi todas, que buscan en los fondos alternativos aumentar los ceros de su cuenta corriente. El problema ético se plantea cuando los gestores y donantes de dichas fundaciones son los mismos que dirigen los hedge funds donde se invierte el dinero. En definitiva que lo sacan por una puerta y lo entran por la otra en forma de suculentas comisiones.

Ese modus operandi es el que ha colocado a Robin Hood en el punto de mira. Por ejemplo, el pasado mes invirtieron todo el fondo de reserva en 17 hedge funds, de los cuales siete los dirigen, precisamente, miembros de la fundación. De hecho, este Fondo ha crecido, desde 2005, de 20 a 114,5 millones de dólares y ha pagado 14 millones en honorarios por gestión a éstos diecisiete. Es más, el fundador de la institución de caridad, Paul Tudor Jones II, dirige uno de estos hedge funds y ha cobrado por los servicios prestados, a través de Tudor Investment Corp, 1,08 millones de dólares.

En busca de las buenas prácticas

Es por ello que varios miembros de la sociedad, entre los que se encuentra el senador por Iowa, Charles Grassley, han puesto el grito en el cielo y han dirigido duras críticas hacia Robin Hood. Tal es así, que la fundación ha anunciado a través de un comunicado el fin de las inversiones en hedge funds relacionados con cualquier miembro del equipo de administración y que a partir de ahora pondrán en marcha un fondo de contingencia “prudente, responsable y que mantenga las buenas prácticas”, según ha explicado en Bloomberg David Saltzman, director ejecutivo de Robin.

De esta manera se ha cerrado un capítulo más en el oscuro mundo de la beneficencia. Si bien es verdad que hay muchas, muchísimas, instituciones no lucrativas que llevan a cabo una labor encomiable, también es verdad que no faltan tampoco aquellos ‘avispados’ que buscan enriquecerse a costa de la buena fe de las personas o de la necesidad de limpiar un poco la propia conciencia. En cualquier caso, el ejemplo de Robin Hood es uno más en la larga lista de organizaciones de caridad que aprovechan las grandes sumas de dinero para hacer más dinero en Estados Unidos. Hoy ha sido Robin pero mañana será otro, siempre y cuando haya alguien que alce la voz denunciado la falta de escrúpulos de su dirección.

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