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Abogamos por la hidráulica, pero recordad El Alamo

@José M. de la Viña - 23/07/2009

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En el imaginario de los estadounidenses, El Alamo fue una derrota que significó el comienzo del imperialismo norteamericano.

Aunque no lo veamos, nuestros mares y océanos, cosa impensable hace tan solo unos años, están enfermos. Algunos están moribundos. Otros han muerto.

Hoy El Alamo se llama Mar de Aral. Es la primera de, si no lo remediamos, otras muchas derrotas que están por venir. Este mar ya difunto, allá por la lejana Asia Central, ha sido la primera víctima importante.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¿El culpable? Esa especie destructora y depredadora autodenominada humana. Se podría poner en el epitafio del mar de Aral, para escarnio de todos, el famoso refrán: fue pan para hoy –un ayer no tan lejano- y hambre para un mañana que allí ya ha llegado. ¿Las causas? En el caso del mar de Aral el riego y los cultivos descontrolados.

Tenemos que evitar el excesivo aprovechamiento hidráulico e hidroeléctrico, esas presas, panacea para algunos -energía renovable la llaman- que proporcionan luz barata, riegan los campos y nos dan de beber: el milagro de los panes y los peces. Pero nos olvidamos que el agua y la energía aprovechada aguas arriba ya no podrán ser utilizadas aguas abajo; los ríos bajan inexorablemente con menos caudal, con lo que la explotación excesiva puede tener las nefastas consecuencias que el mar de Aral nos muestra.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Estas deprimentes imágenes tienen ya casi veinte años. Barcos varados para siempre en lo que alguna vez fue el fondo del mar. Donde todavía queda agua la salinidad es mayor, los peces han muerto, la pesca ha desaparecido. Ya no hay navegación ni riqueza. Tan solo desesperación y nuevas enfermedades. Se ha producido un cambio climático local con temperaturas más extremas que no pueden atemperar las aguas ni suavizar la ya inexistente brisa del mar… En definitiva, ha nacido un desierto.

Game over. Allá el juego ha terminado. Resultado: todos pierden.

Y aquí tendría que servir como un doloroso aviso a los navegantes que debería hacernos recapacitar. Todos los mares y océanos que nos rodean están enfermos. Degradándose. Inexorablemente. En mayor o menor medida, cada uno con su propio “tempo”. No vemos los síntomas, los cubre el agua. Pero se pueden conocer, aunque no lo queramos reconocer. Nuestras costas se han convertido en una triste y horrenda caricatura hormigonada de lo que hasta hace no tantos años fueron bellos parajes y ecosistemas, con los efectos secundarios que produce. En otros lugares, los corales están desapareciendo.

Muchos, incluidos relevantes grupos ecologistas, ven en la generación hidráulica la panacea, una de las soluciones a nuestros males. Sin embargo, España goza ya de una buena infraestructura hidroeléctrica realizada en tiempos de Franco –en aquella época eran habituales los chistes referentes al dictador y a la inauguración de pantanos-. Hay sin embargo dos factores que impedirían un mayor aprovechamiento masivo; en todo caso marginal, minipresas o aprovechamientos de montaña, pura optimización y poco más.

El primero es que la mayoría de las mejores localizaciones y por lo tanto de los pantanos ya están construidos, con lo que las nuevas presas o minipresas deberían hacerse en lugares menos convenientes y sus costes serían en general más elevados que los actuales, con beneficios más limitados y perjuicios más evidentes.

En segundo lugar y quizás más importante, es que estamos todos reunidos en torno a esta mesa camilla virtual, entre otras cosas, porque hay un consenso mayoritario de científicos –con las posiciones críticas de rigor- que opinan que durante los próximos decenios se producirá un aumento gradual de temperaturas y que la degradación acelerada de nuestro planeta es cada vez más preocupante. Y que para España, sobre todo en la mitad sur, las previsiones son pesimistas. Si éstas se acabasen cumpliendo, significaría mayor escasez de agua y sequías recurrentes e implicaría que el volumen de agua disponible para generación de energía, regadíos y consumo humano, sería probablemente inferior al actual. Una fabulosa infraestructura hidroeléctrica, sin abundante agua de por medio, es totalmente inútil.

Evidentemente podemos forzar la máquina y sobre explotar los ríos o los acuíferos, igual que se ha hecho con el difunto mar de Aral. A corto plazo los beneficios son inmediatos. A medio y largo plazo el panorama sería muy diferente. Acabaríamos pagando la factura, como nuestros vecinos asiáticos ya lo están haciendo. Aquí tenemos el ejemplo, a menor escala, de la continua amenaza de muerte de las Tablas de Daimiel.

En el caso del río Ebro, por ejemplo, implicaría que aguas abajo de las presas los problemas intertribales aumentarían: no llegaría agua ni sedimentos suficientes a su desembocadura y las poblaciones y los cultivos del delta se resentirían, para finalmente desaparecer por la excesiva salinización o anegados por el agua de mar. El reducir notablemente el flujo de agua dulce y de sedimentos al mar, sobre todo en épocas de sequía, produciría por lo tanto un aumento de la salinidad en el delta y un cambio notable de la dinámica y la línea de la costa.

En definitiva, un excesivo aprovechamiento hidráulico e hidroeléctrico se acaba siempre convirtiendo en un vestir a un santo, aguas arriba, para desvestir a otro aguas abajo o en su desembocadura.

Tenemos la experiencia del mar de Aral. Ya no podemos aducir ignorancia. Deberíamos aplicarnos otro conocido refrán, ese que dice que cuando las barbas de tu vecino veas pelar, vete poniendo las tuyas a remojar.

¿La solución? Ahorrar: el aprovechamiento eficiente. Crear una verdadera cultura del agua, algo más que propaganda. En España el agua se utiliza ineficientemente, se derrocha. Total, es casi gratis. Pero no es políticamente correcto decirlo. Tenemos mucho camino por delante, muchas acciones valientes que tomar. Pero no es políticamente correcto hacerlo. Y carecemos de políticos capaces, no sea que pierdan las próximas elecciones. El derroche es parte consustancial a nuestro actual sistema de vida y de valores –o de falta de ellos- y no parece que queramos cambiarlo, ni tan siquiera es políticamente correcto mencionarlo.

Pero la naturaleza es justa. Igual que premia con sus dones su sabio aprovechamiento, castiga duramente la codicia de los que nunca tienen suficiente. Aprendamos de los errores ajenos y también de los nuestros. Recordad El Alamo. 

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Opiniones de los lectores (11)

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11. usuario registrado matrix23/07/2009, 20:24 h.

Mi trabajo me lleva por parajes desérticos y otros muy selváticos. Y ni uno ni otro es viable para el hombre de hoy. Y si lo fue, es porque la calidad de vida exigible entonces era miserable. Una vida media que no supera los 40 años, una mortandad infantil y post-parto, calamitosa, una exposición al brutalismo insoportable, enfermedades, etc.

Abramos los ojos, no es lugar para vivir, por romántico que sea. Somos seres sociales, vivimos en manadas y en orden y no hay por qué condenar a nadie a lo que con más conocimiento- clave del aunto- querría.

Abandonemos los asentamientos amenazados irreversiblemente por la sequía a riesgo de tener que contaminar el planeta quemando petróleo para que el agua desalada suba de la costa al interior perdido para la producción y habitabilidad racional.

Diseñemos ese futuro en torno a los recursos hasta que algún tipo ingenioso diseñe una energía renovable o no renovable que guste a las izquierdas y verdes y sea comparativamente rentable. Seamos pacientes y pongamos dinero e inteligencia a trabajar. El mundo no puede ser como en los tiempos de Abraham,hay que adaptarlo con respeto a su estructura original y a su preservación futura, pero sin miedo

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10. usuario registrado matrix23/07/2009, 20:15 h.

Sr. de la Villa.- Interesante su artículo. En el caso del Mar de Aral, si es un lugar históricamente sin lluvias, habría que estudiar las contribuciones freáticas que lo hicieron posible y donde se han ido, si a consumo o a evaporación [hasta 2,4 m3/m2/año] o a alimentar una falla. Hay también lagos que aparecen y desaparecen durante el año.

Lo que tendríamos que perder es el miedo a emigrar. El 30% de la población africana vive en lugares insostenibles por no tener un pasaporte decente con el que mejorar su vida. Les dan igual las tradiciones de sus mayores. En cuanto pueden usan móvil, conducen, portan un arma y se compran gafas de sol. Y si alguien les enreda, hasta se montan en una patera.

No tenemos que adaptarnos como los animales al entorno previsto en nuestro nacimiento, podemos emigrar y buscar una vida mejor, en lugar de quedarnos a proporcionar la foto del año, junto a un cauce seco.

Veo un romanticismo suicida en algunas posturas, hay que espabilar y moverse, aprovechar las condiciones del terreno de forma sostenible. Pero llenar de molinos y paneles un pais, me parece un acto depredador mayor que un pequeño salto que puede dar energía barata a una comarca...

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9. usuario registrado una misma23/07/2009, 17:54 h.

n el caso del Ebro se tira tantísima agua al mar que es un crimen. Parte del agua debería ir al levante sediento y otra parte debería fluir a ese Aragón tan seco; y deberían evitarse las crecidas. El tema está superestudiado para que lo que haya, como parte de una cultura del agua sea de entrada no tirarla toda al mar y de seguido, que fluya de manera constante aguas abajo... también en verano, repartiendo con esas zonas donde el desierto avanza. Eso es cultura del agua y de ese valor llamado solidaridad interterritorial. Y por ujna vez, los ecologistas subvencionados, esos que dejan todo destrozado en las manifestiaciones que organizan, se van a estar calladitos, no vaya a ser que los demás nos manifestemos contra ellos,, aunque quizá es hora de hacero.

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8. usuario registrado Sharp I23/07/2009, 10:16 h.

Otro problema es el tema del cuadal minimo de las cuencas, problema que requiere una actuación decidida de las autoridades. El problema es como éstas se enfrentan a este tema. En realidad no se enfrentan, un paradigma de esto es la caida de Narbona, que no era santo de devoción.

En el tema del agua, existe más demagogia que en el calentamiento global. Se estigmatiza el uso de aguas sobrantes, con la excusa de que sirven para regar campos de golf o llenar piscinas, mientraz que en nuestra casa [territorio], estamos todavía en la epoca de transformación de una economía agraria de secano, subvencionada por otra de regadio, igualmente subvencionada.


Los políticos han descubierto la solución: la desalinización del agua de mar, mediante menbranas de osmosisi inversa: problema gastan energia electrica y es cara. Existen otras tecnicas de desalinización, utilizando energía de bajo nivel, como vapores de condensación, fuentes geotermicas, placas solares que , obviamente con menores rendimientos, utilizan fuentes que se "emiten" directamente a la atmosfera, o se condensan gastando agua.

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7. usuario registrado Sharp I23/07/2009, 10:09 h.

Una pequeña apostilla al articulo: la generación de energía electrica via centrales[presas hidraulicas, aprovecha la energhía estatica del agua embalsamada por la diferencia de cotas entre ésta y el punto de salida de las turbinas.

las centrales no gastan agua en el sentido extricto, solo la descargán a una cota más baja. Solo las centrales de ciclo reversible, bombean de la cota baja a la cota alta utilizando la enrgía de menor coste de tarifa nocturna.

Esta más que claro que ya no hay posibilidades reales de contruir grandes centrales hidraulicas, pues las cuencas y los posibles emplazamientos o están ya utilizados o son inviables politicamente.

El problema es el uso racional del agua para la agricultura y para el consumo de boca o industrial. En los sitios donde el agua es escasa, existe ya una cultura ancestral de ahorro, mejorable por supuesto. El problema está en las zonas que han pasado de secano o regadio de huerta, a regadios intensivos, sea cual sea su técnica. Cultivar ciertas plamntas en zonas mediante riego, es insostenible mediaambientalmente.



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A través de Apuntes de Enerconomía, José M. de la Viña, Dr. Ingeniero Naval, persigue transmitir sus experiencias y reflexiones sobre temas relacionados con la energía y el medio ambiente, sector en el que ha desarrollado gran parte de su carrera profesional. Informar, promover el debate, contribuir modestamente a que los lectores puedan forjarse sus propios puntos de vista y, de esta manera, ser entre todos capaces de construir un futuro mejor.

 

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