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El ejemplo de Vicente Ferrer y segunda parte de la réplica del informe que ha causado estupor a Obama

@José M. de la Viña - 25/06/2009 06:00h

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Empezamos, para alegrar un poco la columna de hoy, con unas palabras referentes a Vicente Ferrer. Se ha marchado después de 89 largos años de vida plena, y eso debería alegrarnos a todos. Se ha dicho estos días de todo acerca de él y su obra, pero puede que no se haya hecho suficiente hincapié en la faceta ecológica -consciente o inconsciente- que era parte consustancial en él, de su filosofía de vida y de su manera de hacer las cosas. Nada que ver con etiquetas o dogmatismos, sino con un sentido común puro y duro.

Lo resume escuetamente Jordi Folgado, director general de la fundación de Vicente Ferrer en España y sobrino del fallecido: “los recursos son bienes escasos que no se pueden desperdiciar”.

Por su parte, David Cano de AFI, en su magnífico artículo titulado “Vicente Ferrer: el economista intuitivo” habla del “modelo Ferrer: la ecología, la diversificación de los cultivos, el comercio responsable y la igualdad entre hombres y mujeres, así como evitar la discriminación social de los discapacitados físicos o psicológicos”. En otro momento de su artículo dice: “Fue consciente de la necesaria optimización de un recurso tan escaso en Anantapur como imprescindible para la agricultura: el agua. Sus primeras iniciativas buscaban excavar pozos, construir embalses y presas y, en los últimos tiempos, la utilización de técnicas innovadoras más eficientes como el goteo o la aspersión. También fue pionero en otros aspectos como las microfinanzas.

Si Vicente Ferrer hubiera intentado realizar su trabajo en cualquier país mal denominado avanzado, probablemente su labor hubiese sido mucho más dura e incomprendida. Aquí la mentalidad es otra. Pensamos que los escasos recursos nos pertenecen, que basta con alargar la mano, cogerlos y celebrar una orgía con ellos. Y por eso derrochamos agua, derrochamos energía y minerales, o contaminamos sin remordimientos al resto del planeta, a aquellos más indefensos que nosotros; pero nos olvidamos a menudo que también nos contaminamos a nosotros mismos.

Debemos aprender de la India y de los que, como Vicente Ferrer, son capaces de hacer mucho con poco; de conseguir que la gente sea feliz sin necesidad de destruir lo que tienen a su alrededor; de no consumir innecesariamente lo que algún día otros necesitarán. Es la cultura de la eficiencia y del ahorro generoso. Generoso porque se hace pensando en los demás. Eficiente porque se hace con la cabeza.

Esperemos que su obra continúe durante los siglos venideros y que nuestra dura y civilizada mollera sea capaz de aprender y comprender algo de él y de los que se quedan para continuar su obra.

Y, sin más dilación, la continuación de la réplica y unos comentarios al final.   

 

“De la Viña desdeña el estudio, no sabemos si porque ya tiene una idea preconcebida de cómo debe ser el mundo o porque realmente se cree que los errores metodológicos que señala lo son. En este último caso, sin embargo, demostraría no haber leído con demasiada atención nuestro informe.

Primero, De la Viña critica el primer ratio (que pone en relación el subsidio público medio por trabajador en las renovables con la dotación media de capital por trabajador) gracias al cual calculamos que las renovables destruyen 2,2 empleos en la economía. El cociente le parece erróneo tanto por el numerador como por el denominador empleados.

En cuanto al numerador, afirma que se lo puede reducir al absurdo: por ejemplo, si el subsidio fuera igual a 0, no se destruirían puestos de trabajo y si fuese negativo (es decir, si la industria privada subsidiase al Estado con impuestos varios) incluso se crearían puestos de trabajo. Con las reducciones al absurdo hay que tener cuidado, ya que son un arma de doble filo que bien pueden refutar las conclusiones del rival pero que también pueden dejar a uno mismo reducido al absurdo.

Ya hemos explicado por qué las subvenciones, en tanto desvían capital desde usos productos a usos improductivos, suponen una destrucción de riqueza; por tanto, una subvención cero, en efecto, no destruiría riqueza. Cuestión distinta es que, a pesar de ese quebranto económico, se quieran mantener esas subvenciones para alcanzar algo así como “fines espirituales más elevados”, obtener “ganancias estratégicas” o incluso producir algo que creemos necesario para la vida social pero que el mercado no ofertaría por sí mismo (los llamados bienes públicos).

Para justificar las redistribuciones de renta se puede apelar en principio a cualquiera de estos argumentos –discutibles como puedan ser en cada caso concreto– pero nosotros, como decimos, no nos hemos propuesto discutirlos en nuestro informe. Así, nos hemos limitado a analizar su rentabilidad económica, entre otras cosas porque lo que unas personas pueden considerar una energía limpia en la que vale la pena invertir por sí misma otras, incluso dentro de los ecologistas, lo pueden caracterizar como una energía que destruye el patrimonio “natural, histórico y cultural de Europa”. En este punto, pues, sólo el caso de los bienes públicos podría hacernos plantear si debe ser el Estado quien acometa o dirija las inversiones, pero no parece que la energía pueda conceptualizarse como un bien público (su consumo sí es excluible y la energía que consume una persona no puede ser consumida por otra).

Por lo que se refiere a las subvención negativa de la que habla De la Viña (del sector privado al público) parece mentira que no entienda que si las subvenciones “positivas” (del sector público al privado) destruyen riqueza es precisamente porque para financiarlas hay que detraer recursos de otros sectores de la economía mediante impuestos, sobreprecios u otras técnicas (subvenciones negativas). Si las subvenciones fueran como el maná bíblico, no destruirían riqueza, sino que sólo la agregarían; es cuando se la quitan a unos grupos productivos para dársela a otros improductivos cuando echan nuestros capitales a un pozo sin fondo. Las cifras económicas deben leerse en su contexto y eso es, de hecho, lo que nuestro crítico se niega persistentemente a hacer.

En cuanto al denominador, la otra parte del ratio que no agrada a nuestro crítico, nos reprocha que “mezclemos churras con merinas” por meter en el mismo saco la inversión poco intensiva en capital que se necesita para montar un bar con la que se requiere para poner en funcionamiento una planta renovable. En su opinión, sólo deberíamos comparar el capital medio por trabajador empleado en el sector energético tradicional con el empleado en el renovable. El problema de esta crítica es que o bien manipula lo que dice el estudio o bien denota que no lo ha comprendido.

Nosotros no hablamos de la inversión necesaria para montar una central renovable, sino del subsidio público necesario para rentabilizar los capitales privados que se han destinado a las energías renovables. Dicho de otra manera, no estamos comparando la dotación media por trabajador en el sector energético con la de otros sectores menos capital intensivos, sino el subsidio medio por trabajador necesario para que los agentes privados se decidan a invertir en esta industria.

Las industrias capital intensivas emplean a pocos trabajadores, pero a cambio generan las rentas (retribuciones al capital y a los trabajadores o reducción de los costes del resto de unidades económicas) necesarias para que los sectores más intensivos en trabajadores mejoren su productividad, esto es, contraten a más empleados y les paguen salarios mayores. Sin embargo, insistimos, las industrias renovables necesitan de más de medio millón de euros por trabajador simplemente para que los empresarios se decidan a invertir en ellas; el capital privado que finalmente decidan inmovilizar va aparte y no lo hemos incluido en nuestros cálculos, precisamente porque somos conscientes de los beneficios que sobre el resto de la economía arrojan las industrias intensivas en capital generadoras por sí solas de beneficios.

Por consiguiente, sí tiene sentido comparar el subsidio medio por trabajador en las renovables con el capital medio por trabajador en el resto de la economía, precisamente porque se está descapitalizando al resto de los sectores productivos para rentabilizar a este sector concreto.

De la Viña también critica el segundo ratio utilizado que arroja un resultado idéntico al primero. En este caso, comparamos el valor presente de subvención anual media al sector de las renovables con la productividad laboral media de la economía española. Aparte de repetir los argumentos empleados contra el primer ratio y que ya hemos analizado, De la Viña acepta el resultado pero sólo para el muy restrictivo supuesto de que el futuro de las renovables sea el peor posible. En efecto, según afirma, todo sector económico va madurando y reduciendo costes, por lo que el subsidio necesario para rentabilizar ciertas industrias será cada vez menor conforme pase el tiempo y minoren sus costes. Sólo asumiendo que las renovables no van a lograr volverse más eficientes en el futuro nuestros cálculos tendrían, por tanto, sentido.

En este punto, sin embargo, De la Viña vuelve a hacernos dudar de si se ha leído el estudio. Nuestros cálculos de coste futuro se restringen a las centrales renovables existentes a cierre de 2008; aun cuando, en efecto, las nuevas plantas puedan volverse más eficientes, desde luego las construidas hasta la fecha no lo harán. Por tanto, el coste que asumimos de las renovables no está sujeto al peor escenario futuro, sino al ya suficientemente mal escenario que nos han impuesto en el presente.

Por último, De la Viña trata de extender una sombra de dudas sobre la cifra de empleos creados por las renovables. Nosotros, siguiendo el estudio financiado por la Comisión Europea en el que participó el propio sector renovable, lo hemos cifrado en 50.200 puestos de trabajo. De la Viña lo tacha de “obsoleto”. Sin embargo, nuestro crítico no nos señala qué indicador resulta preferible; se limita a decir que como las cifras oscilan entre 50.000 y 190.000 según donde uno busque, no podemos saber con precisiones los resultados laborales de los subsidios a las renovables. ¿Y cuál es la consecuencia que extrae de esta limitación cognitiva? Que cualquier gasto público puede valer con tal de que inflemos lo suficiente la cifra de posibles resultados. ¿A qué datos actualizados deberíamos haber recurrido? ¿A los de empleos creados durante 2007 en plena burbuja renovable o a los de 2009 en pleno pinchazo de la misma y con la industria verde pidiendo aún más subvenciones para tratar de mantenerlos? Parece lógico que echemos mano de unos datos que son una estimación a largo plazo sobre el empleo sostenible dentro del sector renovable.

Y es que no resulta demasiado serio, como hacen ciertos informes en los que se escuda De la Viña, comparar la cifra de 50.200 empleos anuales equivalentes en los sectores eólico, minihidráulico y solar (aquellos para los que hemos calculado los subsidios públicos) con los más de 100.000 trabajos puntuales en todos los sectores renovables. La diferencia entre empleos anuales equivalentes y personas contratadas en el sector no es baladí y debería estar al alcance de cualquier economista: si alrededor del 66% de todo el empleo renovable se crea en la construcción, fabricación e instalación de centrales, esos puestos de trabajo sólo podrán mantenerse a lo largo de los años si, al estilo de una estructura piramidal, ejercicio tras ejercicio vamos construyendo más y más centrales. No es riguroso comparar un contrato que expira en seis meses con uno que perdura todo el año (o con sus equivalentes: por ejemplo cuatro contratos de tres meses).

Aunque precisamente por habernos metido en una estructura piramidal que necesita ir construyendo más y más centrales renovables, algunas empresas, políticos y periodistas españoles parecen estar empeñados en que Estados Unidos nos tome el testigo y se ponga a construir desenfrenadamente este tipo de equipamiento, por muy nocivo para la economía que sea. Algunos quieren mantener el pelotazo como sea y por lo visto nunca les faltan corifeos mediáticos que los apoyen en esa ruta suicida. Sin embargo, ni siquiera ese lucrativo patriotismo parece tener mucho sentido, ya que la construcción de células fotovoltaicas se está concentrando en China, cuya industria más “madura” probablemente sea cada vez más competitiva que la española.

Lo esencial, sin embargo, no son los puestos de trabajo que haya creado la energía renovable, ya que bien podríamos haber generado más empleos subvencionando sectores menos capital intensivos. Lo esencial son los más de 28.000 millones de euros que van a tener que arrebatarse al resto de la economía sólo para lograr que las renovables sean rentables. Ese es el auténtico error y perjuicio que generan: creer que tapiando las ventanas y prohibiéndonos aprovechar la luz del sol incrementaremos la riqueza nacional y el empleo en la industria de velas o bombillas. No, ningún país se vuelve más rico encareciendo el precio de su energía; incluso la propia investigación en energías renovables más eficientes se vuelve más productiva si la electricidad que utilizan los investigadores es más barata.

Si ciertos políticos y periodistas quieren promover las renovables para tener energías poco contaminantes, para ser autosuficientes o porque quieren enriquecer a determinados empresarios, que lo digan. Pero que no nos intenten engañar diciéndonos que lo hacen por nuestro propio bienestar económico. Ya que con estos incentivos la mujer del César difícilmente puede ser honrada, al menos que intente parecerlo siendo sincera”.

 

Solo unos pequeños apuntes:

Los autores de la réplica han continuado sin demostrar la validez de su formulación. Dicen: “las subvenciones, en tanto desvían capital desde usos productos a usos improductivos, suponen una destrucción de riqueza”. Surge la duda de si estos señores leen los periódicos. Resulta que el Mundo está medio quebrado porque unos sapientísimos e impropiamente llamados empresarios: banqueros, gestores de industrias o de sociedades de capital riesgo, han empleado el dinero confiado a su muy eficiente gestión en inversiones ruinosas y totalmente improductivas, de tal forma que ahora los diferentes Estados y, en definitiva, todos nosotros, tienen que apuntalar, con sus odiadas subvenciones, a semejante pandilla de eficientes “asignadores” de los recursos privados.

¿O es que acaso la caída de General Motors no es debida a una deficiente gestión y un uso improductivo de recursos en productos no demandados por los clientes? ¿Y qué decir de la reciente pérdida del control de Chrysler por parte de Cerberus, una de las sacrosantas sociedades de capital riesgo, por algunos idolatradas? ¿Es ese otro uso productivo de los recursos? ¿O la asignación en forma de créditos absurdos de los recursos confiados a los gestores de los Bancos, no solo improductivos, sino que están llevando al sistema financiero mundial al borde del colapso?

Sobre la otra gran crítica al informe, los datos obsoletos utilizados, los autores se reafirman en que es mejor utilizar información de hace una década que información actual, aunque por eso mismo contradictoria debido a los diferentes intereses en juego. Los autores, en vez de marear la perdiz con frases vacías, deberían haber investigado una por una las fuentes actuales más relevantes, haber hecho un análisis de cada una de ellas, y haber sacado las conclusiones oportunas, desechado ¿por qué no? las que demostrasen que no son realistas.

En vez de realizar ese trabajo, despachan su argumentación con frases como: “¿A qué datos actualizados deberíamos haber recurrido? ¿A los de empleos creados durante 2007 en plena burbuja renovable o a los de 2009 en pleno pinchazo de la misma y con la industria verde pidiendo aún más subvenciones para tratar de mantenerlos? Parece lógico que echemos mano de unos datos que son una estimación a largo plazo sobre el empleo sostenible dentro del sector renovable.”

Si los autores del informe no han sido capaces de separar el grano actual de la paja producida, menudos investigadores universitarios están hechos.

En fin. Lástima de debate que pudo ser y no fue. La réplica, desgraciadamente, no ha contra argumentado ni defendido sus posiciones previas más allá de unas cuantas perogrulladas y juicios de valor sin contenido científico alguno. No estaría de más sugerir a la Universidad Rey Juan Carlos que, si quiere construirse un prestigio académico, permita utilizar su ilustre nombre únicamente a estudios con valor científico y no a panfletos ideológicos.

Por cierto, la Universidad mencionada, como otras muchas aquí y fuera, vive de las subvenciones. Supongo que los autores, en pura coherencia ideológica, exigirán cada día la clausura a su Rector, con el fin de que los recursos públicos que la mantienen, parece que no muy eficientemente utilizados, pudieran ser asignados por el sector privado a investigaciones rigurosas y usos productivos para, de esta manera, no destruir puestos de trabajo en el resto de la economía.

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Opiniones de los lectores (61)

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61. usuario registrado Taibo30/06/2009, 22:25 h.

Parece que alguno no sabe las cuatro reglas.
Lo que dice el estudio es que cada empleo creado en las renovables cuesta 571.000 € en subvenciones, mientras que el coste medio de crear un empleo en España es de 259.000 €.

Se divide y lo que sale es que con el dinero empleado en subvenciones se hubiesen creado 2,2 empleos por cada 1 empleo en las renovables.

Si sabe lo que es el coste de oportunidad ya no hay que explicarle nada mas.

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60. usuario registrado SEFER29/06/2009, 14:47 h.

Saludos
Un rápido y fácil apunte de análisis económico del que nadie habla.
El informe se basa en dos ratios. Lo más importante y grave está en el segundo.
¿Que dicen hacer los autores? Dividen el valor actualizado de las "subvenciones" entre la productividad media de la economía.
LO HACEN MAL!!!! El numerador que usan [25.000 €] no es la productividad sino la remunarción media de los asalariados. Si dividieran entre la producitividad como dicen, el resultado no es 2.2 sino 1!!!. Con lo cual en el peor de los casos sería igual a la productividad media de la economía.
Con tal error, el otro ratio apenas merece analizar. NO tienen ningún sentido.
Por favor revisen el informe y realicen un análisis pensando por sí mismos.

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59. usuario registrado pithaguru25/06/2009, 22:38 h.

#1 Hola, nen de Almería, estando de acuerdo contigo en tu análisis, el fondo, no estoy de acuerdo con la forma.

Quizás es más efectivo dar a entender lo que es el otro que no decirlo; de esta manera mucha gente parece que lo entiende más.

Acuérdate que 'lo cortés no quita lo valiente', pero que con buenas palabras el mensaje entra mejor.

Salud.

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58. usuario registrado taibo25/06/2009, 21:52 h.

Ah y las subvenciones no van a I+D+i sino a la de las centrales. No se subvenciona la investigacion sino la produccion para beneficio de Gamesa, BBVA, Iberdrola.

Para los que dicen la tonteria de que las compañias electricas recibieron "regalos" de Aznar y que cobraron los embalses de Franco, decirles que esa compensacion fue por lo que invirtieron en centrales nucleares que luego no se terminaron gracias a la moratoria de Felipe Gonzalez.

En fin tantas y tantas cosas...

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57. usuario registrado taibo25/06/2009, 21:47 h.

Antes no entro este mensaje:

¿Sr de la Viña quien paga las externalidades de los molinillos: efecto discoteca, ruido, destruccion de zonas virgenes, muerte de pajaros, destrozo del paisaje?

¿Sr de la Viña quien paga las externalidades de la energia solar: destruccion TOTAL de la vida sobre el suelo en que se instalan los paneles solares?

¿Sr de la Viña quien paga la externalidad de los residuos de las placas solares: materiales hipertoxicos y cancerigenos esparcidos por KM2?

Ya externalidades a la carta, no?

En fin buenas noches.

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