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Lunes, 16 de marzo de 2009 (Actualizado a las 08:01)
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Una dolorosa toma de conciencia

@S. McCoy - 14/03/2009

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Comentaba el martes de esta misma semana que las últimas caídas bursátiles no eran sino consecuencia de una toma generalizada de conciencia sobre la dimensión de la crisis que nos afecta. Un shock de realismo que servidor había previsto más hacia finales de mayo/junio y que no ha podido llegar en mejor momento. Según mi escenario central, tal constatación de lo peliagudo de la situación se habría producido con una bolsa que habría recuperado gran parte de las pérdidas anuales y, por tanto, en una situación propicia para volver a colapsarse. Sin embargo, al llegar en un momento absolutamente depresivo para los mercados de acciones, se ha dejado de vender el rumor y se ha comprado el hecho. Los valores se disparan.

 

¿Qué puede ocurrir a partir de ahora? Es difícil predecirlo. Lo normal es que tengamos un par de meses de subidas que se verán aceleradas por los cierres de posiciones cortas que se han abierto a lo largo de los últimos meses. Dado que la macro se da por perdida, el foco volverá a estar en los resultados empresariales que, en el caso de algunas compañías, vendrán con comparativas positivas interanuales. Incluso podremos llegar a ver los índices puntualmente en positivo en el año. Dicho esto, estaremos hablando en cualquier caso de una estabilización y no de una mejora de la coyuntura. De ser así, lo normal es que a esas alturas el mercado recupere la sensibilidad a los noticias negativas (sell in May and go away). Mi pronóstico, en cualquier caso, permanece estable: cerraremos el año en minusvalías por debajo del 10%. 

 

Llegados a este punto, rescato del baúl de mi correo electrónico, un brillante análisis que me enviara un lector hace apenas un mes. Creo que refleja muy acertadamente ese realismo al que me he referido al inicio de esta pieza, tanto a través del somero análisis que realiza de las causas de la crisis como de sus posibles soluciones. La edición es propia. Espero que les ayude en su toma de decisiones.

 

Una crisis fácil de prever, difícil de solucionar.

 

Esta crisis global y local en la que estamos inmersos es probablemente una de las más predecibles a lo largo de la Historia. Curioso el empecinamiento de muchos agentes económicos por aseverar lo contrario e insistir en frases como: “¡Quién podía saber que esto podía ocurrir!”. Únicamente dos elementos eran necesarios para anticiparla con absoluta claridad ya desde 2003-2004, casi cuatro años antes de su estallido: uno, conocimiento mínimo del funcionamiento y gestión financiera de bancos -y, en el caso español, cajas- y, dos, capacidad de abstracción de sentimientos humanos y sociales generalizados, especialmente en lo relativo al voluntarismo y la avaricia. Fíjense lo que les digo: ni siquiera era preciso profundizar en los mecanismos que explicaban entonces la evolución macroeconómica global y sus desequilibrios crecientes (ese “vendor financing” o financiación al comprador por parte del vendedor inmenso de China a Estados Unidos). No hacía falta porque bastaba con analizar someramente la situación bancaria local en muchos lugares del planeta y su relación con el sector inmobiliario, también local, en este caso, en algunos países concretos.

 

Y es que conocer mínimamente la gestión bancaria debía haber implicado una toma de conciencia, desde hace más de cinco años, de los elevadísimos riesgos que estaban afrontando a nivel mundial las entidades financieras (hecho especialmente grave en firmas que apenas tienen recursos propios en su balance). Tener claro los conceptos básicos referentes al nivel de financiación óptimo de una compañía, y los nocivos efectos de superarlo, parecería más que suficiente para anticipar lo que se nos venía encima. Pero no. Hacerse una somera idea de lo que estaba sucediendo en la financiación inmobiliaria era realmente sencillo para quien quisiera. Bastaba con saber de los descomunales ratios de valoración sobre salarios brutos de la unidad familiar que se estaban validando por parte de los bancos a la hora de conceder préstamos. Finalmente, abstraerse de sentimientos humanos generalizados significaba evitar creer en enunciados que el voluntarismo y a veces la avaricia humana suelen dar como ciertos para justificar lo injustificable.

 

Uno de esos postulados consistía en creer en el fin de los ciclos y en que “esta vez, el crecimiento global sin subida de precios es sostenible a largo plazo”. La economía es una ciencia absolutamente inexacta, que yerra una vez y otra también en sus postulados. Ya saben lo que dicen algunos: Dios creó a los economistas para hacer buenas las predicciones de los astrónomos. Es verdad que el crecimiento de la población y las ganancias de productividad han demostrado que contribuyen a la mejora económica en periodos largos de tiempo. Pero no es menos verdad que, aunque la pendiente de esa línea tendencial es una, como no podía ser de otra manera, y positiva, por el camino se pueden producir fluctuaciones más que notables, como de hecho se producen. Nunca hay un equilibrio permanente de oferta y demanda, inestabilidad que el crédito contribuye a exagerar. Cualquier análisis mínimamente racional y sencillo habría tenido en cuenta este hecho y habría anticipado sin ningún problema la crisis (nunca el momento exacto, pero sí que llegaría). Faltaba razón y lucidez.

 

Aterrizaje suave y voluntad administrativa.

 

Tópicos habituales de los años pre-crisis, frente a los que preconizábamos su llegada, eran frases como “pero si llevas dos años equivocándote”. Este hecho, a mi juicio, significaba que, con toda seguridad el estallido sería más virulento por cuanto las burbujas seguirían hinchándose y su explosión sería peor. Pero el grueso de la gente no pensaba así porque ni entendían los argumentos... ni querían entenderlos (las malas noticias aburren). Otro tópico en los primeros días de la crisis fue el de “esperamos un suave aterrizaje”. Eso era sencillamente imposible. Cuando se generan desequilibrios tan descomunales como las observadas en los 2006 y 2007, sólo hay dos escenarios posibles: que no estallen o que lo hagan abruptamente. La motivación para que las burbujas se construyan es la sensación del inversor de que si tarda un día más en comprar lo tendrá que hacer a mayor precio (bueno, en realidad es la avaricia lo que condiciona sus actuaciones). Una vez que estalla, exactamente el mismo razonamiento a la inversa tiene lugar (esta vez no hay avaricia, hay pánico). El inversor vende hoy porque tiene la convicción de que mañana estará más bajo el precio (este movimiento se acelera sobremanera al principio porque los inversores tienen todavía mucho margen para bajar precios dadas las fuertes plusvalías latentes acumuladas).

 

Una reflexión bienintencionada. Cuando la gente se desespera pidiendo soluciones a la crisis, debería intentar sacar lecciones para mejorar su posición competitiva y sobre todo no repetir errores. Y sobre todo asumir la realidad. La realidad es que esta crisis lo fácil era evitarla, era sencillísimo. No sé cuál es el presupuesto del Ministerio de Economía aquí y en otros países, o el del Banco de España y otros supervisores internacionales, pero seguro que es enorme y llama la atención lo poquito que hacía falta para prever la crisis, anticiparse y utilizar sus competencias para frenarla (y sus recursos, pagados por los contribuyentes, por cierto). Con frenar el desaforado apetito de expansión de balance de la banca mundial desde 2003 obligando a provisionar con fuerza cualquier crédito inmobiliario o de dudosa calidad bastaba. En ese momento los ratios de endeudamiento bancario empezaban ya a ser preocupantes y las burbujas inmobiliarias empezaban a vislumbrarse con claridad. El Banco de España fue el tuerto en el país de los ciegos, pero hay que reconocer su mérito de obligar a dotar provisiones anticíclicas a la banca española, enfrentándose tanto a los bancos como a las normas internacionales de contabilidad. Lástima que se quedara corto en el segmento de promotores.

 

Pero no nos engañemos, una vez que no se evitó el sobreendeudamiento de ciertas economías y éste se convirtió en descomunal, la solución al problema ahora es complicadísima. La deuda pesa como una losa y la demanda interna no despertará hasta que no se reduzca sobremanera. Cuantos más años duró la fiesta de sobreendeudamiento, más años sería lógico que durara la resaca. Basta decir que para luchar contra la crisis todos los gobiernos del mundo dan por buenas medidas que durante las últimas décadas se hubieran considerado muy negativas (tipos de interés cero, fuertes déficits públicos, elevada deuda pública, impresión de dinero). Y las dan por buenas con el siguiente argumento: “en crisis comparables anteriores se hizo lo contrario y no funcionó”. En fin, no parece del todo tranquilizador. ¿Qué hubiera sucedido entonces de haberse aplicado las actuales recetas?. Nadie lo sabe. Por otro lado, excepto en el caso de Estados Unidos, todos los principales gobiernos de países desarrollados que fueron incapaces de hacer lo más fácil (prever la crisis), son los responsables de intentar ahora lo más difícil (solucionar la crisis). Excepto en el caso de Obama, que sí es nuevo en esto pero que, oh sorpresa, se ha rodeado de un equipo experimentado. Allí está la esperanza y no es asunto baladí porque gracias a Dios, sí ha cambiado de gobierno la economía que durante los últimos quince años ha tirado del resto del mundo.

 

Contracción de salarios y confianza.

 

Otra esperanza es que el ser humano siempre saca lo mejor de sí mismo en momentos de crisis. Es de esperar que de uno u otro modo, esto termine generando una mejora de productividad en el largo plazo (aunque con consecuencias dolorosas a corto plazo). Y las mejoras de productividad vienen principalmente bor dos vías: reducir costes para producir lo mismo (devaluaciones, descensos salariales), o aumentar lo producido gastando lo mismo (formación, I+D, infraestructuras). Evidentemente lo ideal sería lo segundo, pero si no se produce, y no se producirá a corto plazo, la mayor competitividad sólo podrá venir de la mano de un menor coste del empleo, esto es: mayor paro y contracción de los sueldos (que no llegarán voluntariamente sino como consecuencia de la pérdida de poder de negociación de los empleados ante la delicada situación del mercado laboral; de ahí que el debate sobre los convenios sea a día de hoy absurdo). Cuando el proceso se complete, será el sector exterior la palanca a la que aferrarse para la recuperación. Hasta que no suceda, encefalograma plano de la economía y más desempleo. Por eso no se puede saber temporalmente cuándo terminará la crisis, sí se puede saber conceptualmente (cuando los costes de las empresas caigan ostensiblemente y empiecen a exportar por ganancia de competitividad).

 

Un último comentario, no puedo resistirme a mencionar algo a lo que muchos dirigentes y agentes se aferran: “Cuando se restablezca la confianza, las cosas volverán a su normalidad”. Pues nada, a esperar. Se comenta como una causa algo que no es sino una consecuencia ... y así nos va, que ha pasado año y medio desde el cierre de los mercados interbancarios y todavía los dirigentes no se han enterado del diagnóstico correcto de la crisis. La creencia en que la confianza volverá es lo que ha agravado la crisis y retrasado políticas de limpia de balances y posterior recapitalización bancaria ineludibles. La confianza volverá antes a economías competitivas, flexibles y poco endeudadas, y tardará bastante más en aparecer por países con debilidad competitiva y deuda elevada. Será una consecuencia de aquello, de una buena gestión económica, y no causa de una recuperación. Tanta alusión a la confianza por parte de algunos gobernantes, llevado al absurdo, me recuerda a un entrenador de fútbol que tiene que enfrentarse al mejor Barcelona de la historia con un equipo formado por veteranos mayores de cincuenta años. Y como táctica no deja de gritar y motivar a sus jugadores en el vestuario antes de iniciar el encuentro, haciéndoles ver que son los mejores. Por mucho que anime y mucha confianza que les aporte, lo que no puede ser, no puede ser. Otro caso curioso es la manía de animar a consumir a ciudadanos de países, tanto endeudados como no, como instrumento base de algunos gobernantes para iniciar la senda de la recuperación. Pues nada, llevado también al absurdo esta insistencia de aumentar el consumo,  he de terminar inmediatamente el artículo porque he quedado con mi mujer para adquirir a lo largo del día tres lavadoras, dos coches y dos frigoríficos. ¿El motivo?. Muy evidente, si consumo más la economía irá mejor y tendré menos probabilidades de ser despedido. Mucho mejor eso que invertir en cursos de formación que me capitalicen para ser más productivo a futuro en el mercado laboral ... 

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Opiniones de los lectores (42)

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42. usuario registrado Bertie15/03/2009, 21:14 h.

Kuthulhu #37 ha puesto el dedo en una llaga muy dolorosa. Efectivamente, el ajuste de precios a la baja tropieza con un obstáculo insalvable: nuestra vieja amiga la deuda. Quien esté libre de deudas, puede permitirse una rebaja de salario, a costa de apretarse el cinturón, pero el particular o empresa endeudado, no puede disminuir sus costes. Simplemente ha hecho en su momento una estimación errónea del posible beneficio a obtener del bien o inversión financiada. Al negociar ese precio, se ha convertido en víctima de un lock-in del que no se librará más que liquidando el activo [lo que puede no cubrir la deuda asociada]... o amortizando el préstamo. No hay más cera que la que arde.

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41. usuario registrado Mamerto15/03/2009, 11:57 h.

En mi humilde opinión la clave a la salida de esta crisis la tiene China, si cambia su política radicalente y en lugar de acumular dolares y euros inicia una política de gasto público brutal, dotando de prestaciones sanitarias y sociales a su inmensa población.

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40. usuario registrado pepito215/03/2009, 09:21 h.

Y las medidas que se están tomando, ¿son las adecuadas para salir de la crisis? Desde luego a los bancos hay que apuntalarlos, porque ya sabemos que la economía colapsaría si un banco quiebra y se produce una reacción en cadena. Pero, los enormes planes de gasto públicos e incentivo del consumo, ¿son adecuados? Me temo que este es un terreno inexplorado. Nadie sabe si estas medidas van a mejorar la economía o la van a hundir definitivamente. Desde luego, cuando algún país del tercer mundo tenía una crisis similar, el FMI le exigía justo las medidas contrarias: austeridad en el gasto público y sacrificios. Pero claro, quién se va aplicar voluntariamente estas medidas, mucho más si te crees rico.

Según el GEAP [GlobalEurope Anticipation Bulletin]: "la incapacidad de los dirigentes mundiales para percibir la magnitud de la crisis, caracterizada especialmente por la obstinación con que desde hace más de un año están tratando las consecuencias en lugar de atacar sus causas, introducirá a la crisis sistémica global en una quinta fase a partir del 4° trimestre de 2009: que denominamos fase de desarticulación geopolítica mundial."

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39. usuario registrado J&L14/03/2009, 23:00 h.

Desde Londres. Como siempre sigo sus opiniones con gran interés; hasta es posible que, gracias a ellas, cuando empiece a comprar libros sobre economía [mayormente filosofía económica] sepa hasta discriminar los textos buenos de los de paja [de la de campo] y plomo.
También leo a los demás, me interesan tanto algunas de las cosas que aquí aprendo, o al menos otras visiones distintas a la mía [escasa] sobre política económica, que prefiero emplear el tiempo leyendo algunas cosas que escribiendo yo.
Buenas noches y buen resto de fin de semana.

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38. usuario registrado ana0414/03/2009, 19:36 h.

beppe:

de acuerdo.

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@S. McCoy

Experto financiero que escribe Valor Añadido. Es un incisivo analista que despertó el interés de nuestros lectores con sus brillantes y didácticos artículos sobre empresas, sectores y tendencias del mercado.

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