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Alma social en prenda
El Teatro del Dinero, Fernando Suárez

Alma social en prenda

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@Fernando Suárez .-Fernando Suárez es economista y analista independiente. Desde este Teatro del Dinero pretende analizar, de modo académico y con su particular estilo, el devenir presente y futuro de la economía y las finanzas a nivel global, un escenario en el que, muchas veces, nada es lo que parece. O sí. Ocupen su localidad.

@Fernando Suárez   13/03/2009 06:00h

Cuenta la leyenda que los notables de Aachen, exhaustos de financiación para terminar su Catedral, pactaron la venta al diablo del primer alma que cruzase sus puertas una vez concluida. Llegada la hora del cumplimiento, el miedo rendía tributo al tenebroso acuerdo y, amparados en que nada especificaba la naturaleza del ánima en prenda, surgió la idea de introducir un lobo. Desalmado y consumada la endemoniada burla, los sucesivos estilos arquitectónicos legaron una maravillosa armonía, Patrimonio de la Humanidad.

 

También los procesos de arquitectura social contratan con el averno, aunque las reconstrucciones, planos discontinuos y mezcla de estilos rara vez proporcionan un conjunto armónico. Los subsiguientes maestros de obra improvisan y superponen sin unidad de criterio, según se tercie, atendiendo más a la disponibilidad de recursos a corto plazo que a la viabilidad, conciliación y uniformidad del previsible resultado en la edificación, la casa común. Cualquier sociedad precisa renovación, relevo generacional. Los alarifes utilizan diferentes combinaciones de políticas migratorias y familiares, sustituyendo efectos inmediatos o diferidos en el capital de reemplazo. Fomento del trabajo reproductivo como bien comunitario autóctono y sedentario o importación de capital ajeno y simientes nómadas.

 

La mayoría de Estados del Bienestar modernos han tentado la armonía social primando las políticas de inmigración, incorporando mano de obra competitiva en costes generadora de contribuciones netas a las arcas públicas, mejorando así temporalmente las tasas de reemplazo generacional y los ratios de dependencia de sus sistemas de protección sociosanitaria. Las políticas familiares, sean natalistas o neomalthusianas, en cambio, difieren la obtención de recursos financieros y ahondan en el consumo de prestaciones y bienes públicos a corto plazo, mientras se aguarda a que se asienten los pilares que soporten la presión de impuestos, deudas y contribuciones, en el mejor de los casos, a dos décadas vistas.

 

El origen de cualquier emigración es una doble relación de causalidad, expulsión y atracción, dinámica push-pull. En Europa pueden distinguirse dos grandes migraciones laborales en los últimos 70 años: la primera, a partir de la Segunda Guerra Mundial, supuso la movilización de trabajadores, tanto desde países periféricos como de antiguas colonias y territorios afines, hacia los países con mayores necesidades de reconstrucción postbélica. El flujo principal se detuvo con el shock energético de 1973, aunque subsiguieron corrientes migratorias derivadas del reagrupamiento familiar y, posteriormente, del derecho de asilo.

 

La segunda, a finales del pasado siglo, convierte a los países periféricos, otrora emisores, en receptores de inmigración. El desarrollo económico, el descenso de la natalidad, y las crecientes necesidades de financiación de los Estados del Bienestar atrajeron a quienes huían del desempleo y la miseria, en un movimiento magnificado por la globalización en plena era mediática. La diferencia conceptual entre ambas migraciones es que la primera tenía vocación transitoria, Gastarbeiter, mientras que la última estaba abocada a la permanencia. La percepción de estabilidad incentiva la necesidad de arraigo y posesión, condicionando suficiencia fiscal, desarrollo sociodemográfico, empatía de la integración y arquitectura ideológico-cultural.  

 

La época dorada de la política familiar coincidió, precisamente, con el auge de los Estados del Bienestar europeos, desde la Segunda Guerra Mundial hasta la primera crisis del petróleo. Terciado el pasado siglo, las políticas de trabajo reproductivo se posicionaron a favor de la natalidad y en contra de la integración laboral femenina, a través de diferentes programas de transferencias monetarias, según un modelo patriarcal de división del trabajo y separación de roles socio-culturales.

 

Los revolucionarios años sesenta permitieron la toma de conciencia y progresiva asunción de la incorporación de la mujer al trabajo remunerado, la redefinición de la oferta de servicios familiares, y el ajuste de la esfera productiva-reproductiva atendiendo a un modelo de reparto más equitativo. A finales de la década de los 80, las políticas se orientaron hacia el fomento de la natalidad mediante apoyo financiero directo y abandono parcial de prestaciones universales; la mejora de los procesos de conciliación como respuesta al aumento de la maternidad laboral; así como una notable diversificación de los servicios familiares, con mayor concurso de los agentes sociales.

 

Apagándose el siglo XX, la preocupación por la viabilidad financiera de los Estados del Bienestar y las nuevas necesidades sociales impusieron políticas que trataban de combinar la contención del gasto público con las realidades sociodemográficas de envejecimiento poblacional, insuficiencia de tasas de reemplazo, y la diversa tipología familiar consecuencia de la inestabilidad conyugal y el aumento de la monoparentalidad. La idea de una ciudadanía social desmercantilizada, según crece la relación de dependencia entre Estado e individuo, ahonda el desequilibrio en el reparto de responsabilidades respecto a las bajas tasas de fecundidad; ajustes conciliares; el papel de la esfera privada y la libertad individual en la organización de la convivencia; y el aumento de situaciones de necesidad, desamparo y pobreza en las unidades familiares.

 

Tres tipos, tres, según el consenso Esping-Andersen, de Estados del Bienestar: el liberal, el corporativo y el socialdemócrata. El modelo liberal, representado por los países anglosajones, se caracteriza por una asistencia residual, orientada a mitigar pobreza y marginalidad. Franca estimulación del mercado como proveedor de servicios sociales en función de una estructura colectiva dual, con modestas transferencias hacia beneficiarios pertenecientes a nichos de exclusión y subvenciones para el sector privado al que se adscribe la mayoritaria clase media.

 

El modelo corporativo, más o menos dulcificado en Europa Occidental, bebe del arquetipo bismarckiano de seguridad social: paternalista, conservador de las diferencias de estatus sociolaboral, y sesgado hacia natalidad y trabajo reproductivo dependiente. Prestaciones de nivel contributivo, reservándose el Estado un papel asistencial, no exento de recíprocas servidumbres, para casos de agotamiento de las capacidades familiares. Programmation à la carte en función de veleidades políticas.

 

Por último, el modelo socialdemócrata implantado en los países nórdicos, donde la combinación de pleno empleo y alta presión impositiva permitían, de un lado, la suficiencia fiscal de los completos programas de gasto social y, de otro, un reparto equitativo de los roles socio-familiares mediante un Estado comprometido, protector y  solidario. Contribución, dependencia y beneficios socializados a largo plazo en pos de favorecer la regeneración comunitaria, la universalidad de las prestaciones y la plena integración laboral de la mujer.

 

En un contexto de metamorfosis global por la vía de apremio, llama la atención que sólo los ciudadanos de los países escandinavos mantengan una alta confianza en sus diferentes autoridades públicas nacionales, según el último Eurobarómetro. Curiosamente, casi dos tercios de los encuestados del estudio Edelman 2009 confían menos en las empresas respecto al año anterior y, en Reino Unido, Alemania y Francia, tres cuartas partes abogan por una mayor intervención y regulación estatal para restaurar la confianza, con especial llamamiento a la protección sociosanitaria. Mirando al Japón cuya arquitectura social guardaba armonía de jardín zen, el milagro multidécada de Zaibatsus reconvertidos en Keiretsus dejó paso a la etapa postburbuja de freeters, quiebra de la solidaridad familiar y la adelgazada línea que separa confianza asistencial de fractura social.

 

Sin lograr siquiera una conclusión aparente, la posibilidad de reversión migratoria, insuficiencia financiera y ruptura generacional exhorta un urgente y franco debate de realidades y posibles, confrontación del modelo social construido, el deseado, el preciso y aquél que, en su caso, podamos permitirnos sin recurrir a pactos diabólicos...

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