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El Dow Jones da vencedor al demócrata Barack Obama. Más allá de los sondeos y las encuestas, la bolsa de Nueva York ha adelantado el partido ganador de las elecciones en Estados Unidos. Desde 1.900 la pauta ha sido siempre la misma: si el Dow registra pérdidas en los dos meses previos a los comicios, la Casa Blanca cambia de color político y si tiene ganancias se mantiene el partido en el poder.

De esta manera, la virulencia de la crisis desde el pasado mes de agosto, sumada al desplome de los mercados, habría firmado la sentencia de muerte de John McCain, al que las encuestas también dan como claro perdedor.

Según las estadísticas, el partido republicano no podría repetir mandato con la caída superior al 15% que lleva el Dow desde el pasado 4 de septiembre. No obstante, toda regla tiene su excepción y a los republicanos sólo les queda agarrarse a un clavo ardiendo, es decir, a las tres ocasiones en las que no se cumplió la pauta de la bolsa, la última, la reelección de George W. Bush en 2004.

Pero el primer presidente que acabó con la maldición del Dow no fue otro que Dwight D. Eisenhower. Tras ganar el partido republicano las elecciones en 1952, gracias a una fuerte campaña centrara en la corrupción de la clase política, en el fin de la guerra de Corea y en acabar con el comunismo, repitió mandato en 1956.

Ese año, el Dow perdió un 2,8%, pero ello no fue un impedimento para que se hiciera con la victoria gracias a una política basada en la lucha contra las desigualdades raciales –derogó la ley que obligaba a las personas de color ceder su asiento en los autobuses a las blancas- y a su neutralidad en dos crisis internacionales: la revolución húngara y la Guerra del Sinaí. No obstante, la economía norteamericana había quedado tocada por la Guerra de Corea, que vio su fin durante el mandato de Eisenhower, tal y como él prometió durante la campaña electoral.

Algo parecido es lo que ocurrió en 2004 con Bush. Tras un polémico mandato como consecuencia de la guerra de Irak, el hasta hoy presiente de Estados Unidos nadó a contracorriente y, pese a que la bolsa había perdido un 2,5% en los meses previos a las elecciones, George Bush fue reelegido frente a John Kerry. Pero, a diferencia de Eisenhower, el partido demócrata se vuelve a presentar ante las urnas con una de las campañas bélicas que más ha desgastado tanto al Gobierno de Estados Unidos como a las arcas del país y que todavía no ha visto su fin. A esto hay que sumar la profunda crisis económica que viven EEUU y que ya se empieza a comparar con la Gran Depresión de los años ´30.

De hecho, tras el crack de 1929, el entonces gobernador de Nueva York, el demócrata Franklin D. Roosvelt apostó por una nueva política económica, el llamado New Deal, con el que acabó arrebatando el sillón del despacho oval al republicano Herbert C. Hoover. Y es que, salvando las distancias, las circunstancias de entonces son muy parecidas a las actuales. No en vano, son muchos los economistas que han equiparado la crisis económica actual con la de entonces y es el 1932 –el año de la victoria de Roosvelt-, ha sido la única vez que unas elecciones han coincidido con un desplome superior al 15% en el Dow Jones.

Finalmente, la tercera vez que no se cumplieron los pronósticos según los movimientos de la bolsa fue en 1968. En esta ocasión ganó el republicano Richard Nixon pese a que la el parqué de Nueva York había sumado un 3,1% entre septiembre y octubre. Y es que la Guerra de Vietnam había desgastado mucho al partido demócrata, además de la división provocada por el ala más radical que llevó a formar un partido independiente encabezado por George Wallace y que respondía a las tesis más racistas de los estados del sur.

Se mire por donde se mire, John McCain lo tiene muy negro para ganar a Barack Obama. Sin embargo, aunque el primero ya se da por perdedor, en las filas demócratas aumenta el miedo por la tranquilidad del electorado a la hora de acudir a votar y por el famoso voto silencioso de aquellos que no están dispuestos a tener un presidente de color pero que públicamente no lo reconocen por aquello del miedo a lo políticamente incorrecto.

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