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De la confianza

@Juan F. Polo - 09/10/2008 06:00h

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El mundo se está enfrentando a una de esas crisis que marcan un antes y un después en la humanidad. Posiblemente, estamos ante la primera vez en la historia moderna, sin duda la primera después del crack del 29, que se tiene la sensación de que el edificio de la economía internacional se derrumba bajo nuestros pies. Posiblemente, nunca antes los cimientos de la economía, como es  el sistema financiero, había estado en un estado tan catatónico como sucede en la actualidad. Posiblemente, jamás, hasta la fecha, a la gente de mi generación se le había pasado por la cabeza que los ahorros de su vida podrían llegar a depender de la generosidad de un fondo de garantías.

Dado que creo en la confianza en el  sistema,  tengo confianza en los gobiernos, disfruto de confianza en los dirigentes y confío a ciegas en el optimismo de la historia, no creo, no quiero creer, que nada de eso vaya a pasar con nuestras vidas.

La confianza, como estado de ánimo, como predisposición social e individual, está en la base de la comunicación. Sin confianza, sin credibilidad, nada funciona, no se sostiene ni el más liviano de los argumentos. De la misma manera que no se compraría un coche usado a un vendedor que no inspire confianza, ni dejaría su defensa en las manos de un abogado en quien no crea, no se deposita la confianza en políticos, gobiernos, ejecutivos y empresas que no hayan sabido labrarse con sus análisis, promesas y realidades ese estado de ánimo personal y colectivo.

Confianza es sinónimo de credibilidad y ambas, unidas como almas gemelas, otorgan el prestigio y la reputación. No es fácil ganarse la confianza, pero se pierde en cuestión de días, de horas, a veces de  minutos.

En circunstancias normales, dirigentes e instituciones, han demostrado que en la rutina y al ritmo del tran tran son capaces de generar esa confianza en la población. Pero es en los momentos duros, en las fases críticas, donde se crece el talento de lo cierto y se derrumba el escaparate del artificio. Me crié escuchando a mi abuela que “en cuarenta navidades no alabes, ni desalabes”, inculcándome a fuego la idea de que al ser humano se le conoce “a las duras y a las maduras”.

Ahora estamos en ese momento de la verdad en el que la política y las finanzas, como sistema, como dirigentes, deben demostrar si merecen la confianza  de la sociedad. No es tarea fácil la que les espera, pues la inquietud y el nivel de exigencia en los momentos que nos ocupan son muy elevados.

Se están esperando políticos e instituciones que sepan analizar lo que ocurre, que llamen a las cosas por su nombre, que no escondan la realidad de las cosas, que no lancen fuegos de artificio. Y, por supuesto, que encuentren recetas y respuestas adecuadas para atender al enfermo aplicando medicina o cirugía. En estos tiempos de incertidumbre es, como siempre, más cómodo el papel del observador que el del actuante. Siempre ocurre. Pero los observadores están asistiendo estos días a la caída de una época, a la desaparición de instituciones financieras centenarias, avaladas por años de éxitos, amparadas por agencias de rating, aplaudidas por medios y políticos  y dirigidas por multimillonarios ejecutivos que han puesto contra la cuerdas una época de progreso.

Nos enfrentamos a un problema de confianza. Los bancos no confían en la solidez y en la palabra de otros bancos. Los políticos no se fían de los bancos. La pregunta ahora es dónde está el nivel de confianza y credibilidad de los ciudadanos en el sistema.

Generar confianza parece clave en esta coyuntura. Una confianza que deviene de la capacidad de analizar con precisión y de comunicar lo qué está pasando sin miedo a la crudeza de las palabras. Pero también de arbitrar medidas que tapen la herida y que sean entendidas por la población junto a las consecuencias que se derivan de ellas. Es importante, para eso que llamamos el sistema, cuidar el estilo, los gestos y las imágenes, el poder de la fotografía.

Estamos viendo que los ultraliberales corren prestos a socializar las pérdidas. Estamos viendo que los nuevos laboristas desempolvan los libros del abuelo para nacionalizar la banca. Estamos asistiendo a que los profetas del capitalismo piden árnica al Estado y un paréntesis de intervención que les permita lamer sus heridas.

No son tiempos de coherencia, no son tiempos fáciles. Por eso, a la tarea de generar confianza sólo están llamados aquellos que sepan actuar con presteza y comunicar con precisión y honestidad.

Juan Francisco Polo es socio y director general de Llorente & Cuenca (firma consultora que acaba de abrir oficina en Río de Janeiro)

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