Tenía que llegar una crisis tan salvaje como la que estamos viviendo estos días para comprobar que en Europa cada uno huye del desastre como buenamente puede y sin consultar demasiado con los vecinos. En estas jornadas próximas al Apocalipsis hemos visto de todo y, por encima de todo, la renacionalización de las políticas financieras de los 27. Ya no se mira a Bruselas antes de actuar, o de disparar, y a la vista están los resultados de la última semana: gobiernos que salvaban de la quema a sus bancos en dificultades estatalizando las deudas y esperando que la Comisión Europea y los comisarios Almunia o Kroes no les pidan demasiadas explicaciones.

Gobiernos que, viendo lo que ocurría más allá de sus fronteras, aseguraban que eso no les ocurriría nunca a ellos, hasta que les tocó, y con creces (¿les suena?). Gobiernos que rechazaban buscar una salida “europea” y coordinada de la crisis, insistiendo en que había que buscar respuestas nacionales… hasta que les pilló el chaparrón y ahora piden una regulación paneuropea de los mercados lo más estricta y rigurosa posible.

Hoy día, ya parece hasta normal que la mayoría de los ejecutivos europeos garanticen casi al cien por cien los depósitos y ahorros privados de sus ciudadanos. La declaración oficial de Nicolas Sarkozy, ayer en el Elíseo, realizada en nombre de los 27 países miembros de la UE, incide de nuevo en que cada socio va a hacer lo que esté en su mano para contribuir a estabilizar la situación y los mercados y en que Bruselas quiere que los ahorradores europeos puedan dormir tranquilos.

Tenía que llegar esta crisis salvaje para constatar las quiebras de la construcción europea: logramos la unión económica, conseguimos una moneda única, llevamos años hablando de una armonización fiscal, pero nos olvidamos de crear algún tipo de organismo para supervisar el funcionamiento de los bancos y la marcha de los mercados. El Banco Central Europeo no está para eso, sino para controlar la inflación e inyectar dinero a los bancos cuando lo considera preciso. No existe un órgano supervisor comunitario que vigile operaciones de alto riesgo, ni movimientos especulativos sospechosos, ni decisiones de grandes banqueros poco escrupulosos o, simplemente, incapaces. Tampoco tenemos una agencia de rating puramente europea que esté en condiciones de valorar el nivel de salud o fiabilidad de cualquier empresa o entidad financiera del continente. Tal vez en los tiempos de bonanza económica nadie en las instituciones comunitarias consideró urgente poner en marcha estos organismos. Ahora parece no sólo urgente, sino cuestión de supervivencia.

El plan de rescate europeo de Sarkozy, más que necesario

Europa no ha reaccionado unida ante la crisis, y éste ha sido un error de la presidencia francesa, como lo fue también convocar el pasado sábado en París a sólo los países europeos del G-7. Como británicos y alemanes acudían al encuentro con pocas ganas, los resultados no fueron extraordinarios, más allá de rechazar de antemano la posibilidad de poner en marcha un plan de rescate financiero para Europa por valor de 300.000 millones de euros.

El sábado por la noche cada cual regresaba a casa pensando en sus propios problemas, pero el domingo todo cambió. Alemania se veía obligada a poner en marcha un nuevo plan de rescate para el segundo banco hipotecario de este país, el Hypo State Bank, semiestatal y con unas pérdidas estimadas de 70.000 millones de euros, y Merkel anunciaba asimismo con semblante preocupado que el estado  garantizaba los depósitos de todos los ahorradores privados. Item más, la canciller, haciendo de la necesidad virtud, hablaba por vez primera de regular de una manera no sólo estricta y nacional, sino supranacional, el funcionamiento de los mercados. Y, si lo dice Alemania, esto saldrá adelante.

Como también saldrá adelante ahora el plan de rescate europeo propuesto por Nicolas Sarkozy y su ministra de Economía, Christine Lagarde. Por varias razones y una en particular: porque de momento se ha salvado a bancos de mediano volumen o de países europeos no demasiado grandes. Pero cuando la crisis llama a las puertas de la primera economía europea, las cosas cambian. Después de una jornada terrible en las bolsas como la que tuvimos ayer, ¿qué pasaría si mañana le toca el turno al Deutsche Bank o a algún otro gigante bancario?

Parece razonable que para esta situación de pesadilla existiera un fondo común, una caja de resistencia a la que cada país de la Unión aportaría el 3 por ciento de su PIB. ¿Que saltan las alarmas en los medidores de la deuda pública? Pues que salten. De hecho, aquí en Alemania la asunción de la bancarrota del Hypo Real State y la garantía de los ahorradores va a salir por encima del millón de millones de euros. Peor aún es tener que acudir a salvar, con dinero público sólo del propio país, las barrabasadas de los piratas de la banca mundial o nacional.

El problema añadido es que, caso de que se pusiera en marcha ese Plan Europeo, no habría instituciones para desarrollarlo y manejarlo. Habría tal vez que improvisar, algo en lo que la UE no es precisamente un modelo, pero las excepcionales circunstancias exigen también excepcionales respuestas. Lo que está claro es que las reglas fijadas en los años 90 para crear la Unión Monetaria y el Banco Central Europeo tienen que adaptarse, como todos nosotros, a este Armagedón en el que el final está aún por escribir.

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