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El medallero de un pequeño emperador y el de un niño perdido

@Ángel Villarino. Yichang (China).- - 19/08/2008 06:00h

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El medallero de un pequeño emperador y el de un niño perdido

Ni en el retrete de un barco que surca el turbio río Yangtzé le dan tregua al medallero. Desde fuera, aporrean la puerta y gritan: "Otra medalla de oro. China mejor que Estados Unidos. China number one". Es una obsesión incluso aquí, en pleno interior, a pocos kilómetros de la Presa de las Tres Gargantas, la obra de ingeniería fluvial más ambiciosa del mundo.

En un camarote compartido con cinco chinos no se pega ojo hasta las tres de la mañana. La televisión atrona. A pesar de que las pruebas acabaron hace horas, nadie se cansa de ver las repeticiones, las imágenes de sus atletas colgándose medallas. Lo celebra una y otra vez, hasta que caen rendidos. Con miedo a despertarlos, como si estuviera al cargo de una guardería, me levanto y desconecto con sigilo el aparato.

El entusiasmo que desvela es cosa de adultos, pero por el día las olimpiadas se analizan desde el barco con los ojos de un niño. No es retórica, sino hecho objetivo, ya que en la China del desarrollo acelerado apenas hay mayores que hablen dos palabras de inglés, mientras que con muchos niños es posible mantener conversaciones fluidas.

Xi, 10 años, hija de un funcionario local, habla inglés mejor que muchos ingleses. "Señor, ¿usted cree que la criminalidad en China está empeorando o por el contrario piensa que cada vez se cometen menos delitos?", aborda sin mediar palabra frente al tercer río más largo del mundo. El otrora bucólico panorama inspiró a poetas y guerreros durante siglos; hoy está revuelto y encementado por una modernización faraónica que también ha llenado el agua de basuras y dispara el ritmo de una corriente enloquecida.

Tras desplegar sus habilidas académicas, Xi hace un paréntesis en el guión para hablar de las Olimpiadas. "Son una cosa muy bonita y maravillosa para China, que traerán gloria a nuestra patria", dice sin parpadear este pequeño producto de la disciplinada maquinaria educativa. El padre de Xi, explica ella, quiere comprarse un coche, pero su madre prefiere gastar el dinero en las clases de canto, piano, danza, inglés y matemáticas que recibe este diminuto repollo que viste un traje rosa con guirnaldas de colores. Sus padres, sus dos abuelas y tres de sus tios la rodean orgullosos.

Los chinos van camino de convertirse en la primera potencia deportiva del mundo. Viendo y escuchando a Xi no cabe duda de que en el medallero de la formación académica alcanzarán pronto posiciones parecidas.

Pero el país muestra las fauces de sus crecientes desigualdades también en esto. Mientras Xi recita su lección aprendida, en una esquina baja la vista Zhang, el otro niño del barco, producto de una hornada completamente diferente. Es hiperactivo, tiene varios tics nerviosos, no sabe ni una palabra de inglés, come con la boca abierta y escupe en el suelo.

Es hijo de inmigrantes rurales que se fueron a probar suerte a las grandes ciudades, por lo que ve a sus padres una o dos veces al año, mientras se educa en el pueblo con los abuelos. Es la realidad frecuente entre los hijos de más de 200 millones de campesinos que han huido de casa, protagonizando el éxodo rural chino, el mayor y más rápido de todos los tiempos.

Ellos, los pies del dragón, no tienen derecho apenas derechos en las ciudades y no les está permitido escolarizar a sus hijos, por lo que la mayoría opta por dejárselos atrás. Zhang, me traduce Xi sin demasiado interés, ve las olimpiadas a su manera. "Dice que le gustan las pruebas de correr". De hecho, el enano sale bricando por la cubierta y no volvemos a verlo.

A los niños como Xi, hijos únicos, urbanos y criados con las infinitas atenciones de toda una familia, se les llama en China "pequeños emperadores". A quienes como Zhang, pertenecen a familias alargadas campesinas que burlan las leyes de natalidad, se les denomina los "niños perdidos".

La diferencia entre ambos es quizá el abismo más insondable que tendrá que afrontar la naciente potencia China en el futuro. Después de 60 años de socialismo, las clases emergen más desiguales que nunca. Es uno de los muchos impuestos que paga este país por ascender a la gloria en los diferentes medalleros que conquista.

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