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FIN DE SEMANA  Sábado, 24 de enero de 2009 
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Mi chalet en Pedralbes

@Leopoldo Abadía - 08/07/2008

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Cuando uno se vuelve mayor, tiene tendencia a la nostalgia (“cualquier tiempo pasado fue mejor”) y a las batallitas. Y en esa nostalgia y en esas batallitas, aparecen personas. Y cuando resulta que esas personas aparecen repetidas veces, llegas a la conclusión de que han influido mucho en tu vida y de que les debes mucho.

Esto es lo que pensaba el otro día cuando iba al pueblo de al lado a desayunar con mi vecino de San Quirico. Debo aclarar que no siempre me enredo en cosas tan profundas, pero, a veces, me pasa. Debe ser la edad.

Se lo dije a mi amigo y, con cara de asombro, me dijo: “A mí me pasa lo mismo. Debe ser la edad”.

Y, en aquel momento, decidimos, por 2 votos a 0, que la culpa era de la edad. (Entre los dos, sumamos 148 años).

Pero como yo había pensado antes y más, le solté mi rollo, sin dejar que él interviniera. Y le hablé de Antonio, el primer jefe que tuve. En mi casa dicen que el único, pero no quiero molestar a los demás jefes que he tenido en tantos años.

Antonio era un fuera de serie, muy amigo mío. Como era de Zaragoza, nos entendíamos bien. Tenía un carácter muy fuerte y, a veces, me corneaba violentamente cuando yo no le seguía o cuando despachando con él, me distraía, pensando en las musarañas.

Aunque para hablar de Antonio necesitaría muchos artículos, pienso que lo que más tengo que agradecerle es que se dedicó, durante años, a enseñarme, a ser mi maestro, no con técnicas que pudiéramos llamar convencionales, sino con su exigencia y su paciencia.

En aquella época yo me encargaba, con otros, por supuesto, de la compra de terrenos y edificios para la empresa en que trabajaba, en los inicios de lo que después fue una importante expansión.

Había un terreno, que se veía desde el despacho de Antonio, que a mí me gustaba mucho. Negociamos las condiciones con el propietario y concretamos la operación. Sólo faltaba el Visto Bueno de Antonio.

Fui a despachar con él con sensación de triunfo, porque me sabía bien la lección. Le enseñé el terreno, que era una preciosidad, le planteé las condiciones, que eran muy buenas y quedé a la espera de su aprobación y de su felicitación por lo bien que yo lo había hecho.

Como no soy mala persona, pensaba trasladar inmediatamente la felicitación a los que trabajaban conmigo. Pero eso de que te feliciten te hace ilusión. Luego, pones cara humildica y dices lo que dicen los futbolistas: “ha sido una labor de equipo”.

Una vez más, Antonio me desconcertó. Me dijo: “He oído que, en el futuro, por ahí podría pasar una autopista. ¿Sabes algo?” Con voz ligeramente temblorosa, le contesté. “Sí, pero no nos afectará”.

Él continuó: “¿Estás seguro?” Y le dije: “Sí”. Entonces, me dijo: “De acuerdo, compra el terreno”.

Con aire triunfal, recogí los papeles, di la vuelta y empecé a salir de su despacho. Digo “empecé” porque, cuando estaba al lado de la puerta, Antonio dijo: “Espera un momento. Un cosa sin importancia. Por favor, prepara una nota, sin ningún formalismo, en una cuartilla, en la que digas que si en el futuro pasa una autopista, que no pasará, o pasa lo suficientemente cerca como para que haya mucho ruido, que no sucederá, te quedarás tú con este terreno y el edificio que hayamos construido encima, y lo irás pagando en plazos mensuales con tu sueldo”.

Mi cara debió ser un poema. Porque Antonio, medio sonriendo, me preguntó, el muy ladino: “¿Qué pasa, es que no estás seguro?” Y le contesté: “Hasta ese punto, no”. Y él, sin perder la sonrisa, me dijo: “Hay que estar seguro, hasta ese punto”.

Han pasado 40 años y no se me ha olvidado. Mis hijos también han ayudado a que no se me olvide, porque, cada vez que pasamos por la casa que allí ha construido alguien y a la que, por cierto, sí que le ha afectado un poco la ronda (lo que Antonio llamaba “la autopista”), me dicen: “Papá, tu chalet de Pedralbes”.

En el desayuno, le decía a mi amigo de San Quirico que, aquel día, aprendí el significado de la palabra “todo”. Y le cogí un gran respeto.

Y creo que nos tenemos que dar cuenta de qué es lo que decimos cuando hablamos de que hemos acabado un trabajo del todo, de que nos hemos entregado del todo a nuestra mujer o a nuestro marido en el matrimonio, de que decimos toda la verdad.

Todo es un concepto que representa lo opuesto al no compromiso, a la chapuceta en el trabajo, a las medias verdades que son mentiras completas, etc.

Cuando en una empresa, en una familia o donde sea, se consigue que todo quiera decir todo y que cuando alguien dice todo, te puedas fiar de él, aquello funciona de maravilla.

P.S. Conchita es una vecina de San Quirico, viuda de un íntimo amigo mío. Es más alta que Fina, de la que os hablé la semana pasada, pero con tanta clase como ella. Tiene las ideas muy claras y el colmillo un poco retorcido, y nunca dice nada sin sentido. Le he dado a leer este artículo y me ha dicho:

“Está incompleto. Tienes que añadir un párrafo. Toma nota. Y tomo nota y añado el párrafo, que dice así:

--Dadas las veleidades teológico-políticas de alguno de nuestros gobernantes, respecto a los pecados veniales y mortales, quizá sería bueno que se callara del todo, (recordando una célebre frase)

Leopoldo, como dicen en tu tierra, 'ese hombre que nos gobierna está perdiendo el oremus'--”.

www.leopoldoabadia.blogspot.com

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@Leopoldo Abadía

Leopoldo Abadía es un chaval de 75 años, 12 hijos y 36 nietos, ex profesor del IESE y presidente del Grupo Sonnenfeld, que asegura no saber nada de economía pero que ha puesto en claro la mejor explicación en castellano sobre la crisis subprime.
A partir de ahí, para su sorpresa, miles de personas de todo el mundo consultan diariamente su blog. Desde su atalaya de San Quirico, aporta una voz independiente sobre la complicada realidad económica y social actual. Sin más pretensiones.

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