Leopoldo Abadía

DESDE SAN QUIRICO

El gaseoso

01/07/2008
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Por aquello de las cuotas, yo también tengo amigas en San Quirico.

En el súper me encuentro con Fina, casada con un íntimo amigo mío. Es una mujer de mucha clase, más joven que yo, guapa, no muy alta, a la que, desde fuera, se le podría calificar de “ejecutiva agresiva”, viendo su historial profesional.

Pero los que le conocemos, preferimos verle como madre de cinco hijos, majísimos, y como mujer de su marido, divertidísimo. La conciliación de la vida profesional y familiar la han llevado como una seda, sin poner cara de esfuerzo. Todo lo hacen fácil.

Pero hoy no es la Fina que yo conozco. Está que trina.

Hablando de mí, os tengo que confesar que la investigación nunca ha sido mi fuerte, pero me parece que, gracias a Fina, he hecho un descubrimiento: la existencia del gaseoso.

Me dice Fina:

“Ya me lo había advertido hace poco una amiga mía, hablando del comportamiento de un personaje, bastante conocido, en un determinado Consejo. Me decía mi amiga: ´Es como el gas: tiende a ocupar todo el espacio rápidamente´”.

Y me hablaba de su reciente experiencia en un Consejo en el que está. (Fina es muy amiga de los propietarios de una empresa familiar, que hace años le pidieron que se incorporara al Consejo. Eran amigos, respetaban sus opiniones y -cosa nada extraña- les caía muy bien.)

Resulta que, por aquellas cosas que pasan en el mundo, ahora se ha incorporado a ese Consejo una persona. Y Fina, que normalmente habla bastante, sigue, sin que sea posible hacerle callar:

“El día que llegó, fue presentado por el Presidente a los Consejeros, con unas palabras normalmente laudatorias: Hombre de brillante trayectoria, trabajador, competente, su presencia enriquecerá nuestro Consejo… Bueno, lo que se dice en estos casos. Quizá el ´tono´ de la presentación era un poco excesivo, demasiado ´admirativo´, pero no molestó. Lo que pasa es que, después, tomó la palabra el nuevo Consejero y empezó a ocupar espacio. En síntesis, puedo decirte que desde las 10,35, en que tomó la palabra, hasta las 16.30 en que acabó la comida posterior al Consejo, el personaje no dejó de hablar ni un solo momento”.

Una vez encontrada la veta de investigación, decidí aprovecharla. La pregunta era fácil: “¿Qué dijo en tanto tiempo?”

Mi amiga estaba exaltada. Seis horas de sufrimiento son muchas horas. Y, además, por lo que me decía, había que sonreír y poner una ligera cara de asombro ante las obviedades que iba diciendo el personaje.

Empezó recomendando cómo había de ser el Consejo (lleva 5 años funcionando.) Explicó a continuación qué características había de tener el Secretario del Consejo (nadie se lo había preguntado) y dijo que, siempre que a él le nombraban Presidente de una Compañía, exigía un Abogado como Secretario porque las Actas hay que hacerlas bien. (Las Actas se hacen desde que funciona el Consejo. No son lo mejor del mundo, pero mi amiga decía: “yo, que he visto bastantes tipos de Actas, puedo decirte que las nuestras no están nada mal”.)

El personaje siguió sus intervenciones, felicitando a los presentes cuando una cifra era del 3.27 % comparada con un 3.26 % el año anterior, poniendo cara de preocupación cuando era al revés o haciendo recomendaciones fundamentales tales como: “a esta División hay que meterle el diente” o “hay que conseguir que cada una de las personas que trabajan en esta empresa cumpla con su deber”.

Lleno de entusiasmo, le dijo al Presidente que notaba que era un Presidente “low profile” y que creía que tenía que tener un profile un poco más high.

Por lo que me contó mi amiga, el Consejo fue avanzando, terminó a las 14.30 y empezó la comida, en la que el personaje habló de sus andanzas internacionales con todo lujo de detalles, ante la admiración de los allí presentes, alguno de los cuales, por cierto, también había viajado bastante. Aprovechó la ocasión para decir más frases en inglés, unas con acento “cockney”, otras, con acento Eton/Harvard, según las circunstancias.

Me decía Fina: “Al final, se fue, gracias a Dios, saludando a todos y con cara de triunfo” (contagiada, Fina no dijo “cara de triunfo”, sino “cara de winner”).

“Pero lo peor vino después, porque el Presidente, dirigiéndose a los que quedábamos, remató la jugada, diciendo que este personaje no necesitaba para nada pertenecer al Consejo, dado su alto nivel y los ambientes sociales, económicos y políticos en que se movía, que nos había hecho el favor de aceptar el puesto y que su pertenencia al Consejo honraba a la empresa, a la familia propietaria y a los demás Consejeros”. Mi amiga me decía: “¡Y yo, que no me había dado cuenta de que me honraba! ¡Es que no me entero de nada!”.

No me lo podía creer. No porque no le creyese a mi amiga, sino porque, al oírle, cristalizaba algo que me está sucediendo desde hace algún tiempo, en el que -ahora me doy cuenta- he tenido que lidiar con Consejeros y directivos gaseosos.

Siempre he pensado - y no me ha ido mal del todo - que, cuando uno se incorpora a un Consejo, o cuando uno llega a una empresa, es bueno ser prudente, callarse, escuchar, tomar notas, pedir alguna aclaración, enterarse, en una palabra. Y, poco a poco, lento pero seguro, ir aportando cosas, si puede ser en castellano, que cada vez tendrán más peso. Pero, últimamente, me estoy encontrando con una cierta frecuencia con el tipo de persona que Fina me ha descrito, el gaseoso, que ocupa todo el espacio disponible en la sala, y, si abres la puerta, también el del pasillo.

Fina me dijo: “tú que escribes, ¿puedo decir algo a través de tu blog en El Confidencial?” Me recordó aquello que, a veces, dice la gente por la radio: “¿Puedo saludar?” Y le dije que claro que sí, que podía saludar. Y ella dijo: “toma nota”. Pedí en el súper un papel (no tenían servilletas) y ella me dictó, con un tono grandilocuente: “Presidentes de Consejos, propietarios de empresas que estáis incorporando Consejeros independientes o directivos o lo que sea: huid del gaseoso, aunque sea muy famoso, aunque hable en inglés, aunque sonría continuamente. No aporta nada, lía mucho, desconcierta al prójimo y, lo peor: es inaguantable”.

Y tal como me lo dictó, lo reproduzco. Porque si no, es capaz de enfadarse conmigo.

www.leopoldoabadia.blogspot.com

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Leopoldo Abadía es un chaval de 75 años, 12 hijos y 40 nietos y ex profesor del IESE, que asegura no saber nada de economía pero que ha puesto en claro la mejor explicación en castellano sobre la crisis subprime.
A partir de ahí, para su sorpresa, miles de personas de todo el mundo consultan diariamente su blog. Desde su atalaya de San Quirico, aporta una voz independiente sobre la complicada realidad económica y social actual. Sin más pretensiones.



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