Adivina quién viene a cenar esta noche
@Leopoldo Abadía - 24/06/2008
A 20 Km. de San Quirico hay un restaurante formidable. Mi mujer y yo solemos ir con mucha frecuencia. La comida es muy rica y el servicio, mejor todavía que la comida. Jaume, el camarero que nos suele atender, es un hombre joven, amable, que se ríe mucho. Nos divierte verle servir varias mesas, con gesto risueño y con carcajadas frecuentes. Es un ejemplo de trabajo bien hecho, con alegría y cuidando los detalles.
El otro día estuvimos con mi vecino de San Quirico y su mujer. Es el vecino del que os he hablado otras veces: el que ha sufrido el impacto de la crisis en forma de aumento de intereses en la hipoteca, aumento en las garantías, aumento en el combustible de sus camiones, aumento en…, y que, de vez en cuando, angustiado, me llama por teléfono y me plantea dudas que, en la mayoría de los casos, no sé resolver. Pero como le escucho, le doy conversación y le digo que no tengo ni idea, se fía de mí. Yo creo que piensa: “Si cuando no tiene idea, lo dice, cuando la tenga, también lo dirá”. Lo que pasa es que, hasta ahora, no se ha producido esto último.
La cena fue, como siempre, muy agradable. Al llegar a casa, mi mujer dijo: “¡Esta pareja, qué cómodos son!”
Y, sin querer, me dio tema para este artículo. Y me recordó la cantidad de curriculums que he visto en mi vida.
En ellos se describe con detalle -y con algún adorno que otro- lo que ha hecho esa persona en su vida. Según las modas, empiezan por el principio (por lo primero que hizo esa persona) o por el final (lo último que ha hecho). Si no han acabado la carrera, dicen que tienen “Estudios de…” Si no saben inglés, dicen que tienen el nivel X. Si no lo hablan, dicen “Inglés. Leído”.
Describen sus logros, siempre desde su punto de vista, claro. Lo hacen sin ninguna originalidad: “orientación a resultados, empatía, visión estratégica…” Incluyen sus aficiones: “esquí, mountain bike, música clásica…”
Pero nunca me he encontrado con alguien que ponga lo que yo valoro más. Que aquel ciudadano es un tío majo. Seguramente, porque debe ser difícil decir: “Soy un tío majo”, o porque a muchos no les diría nada, etc.
Pero es fundamental. En los años que di clase en el IESE traté con muchos alumnos. Algunos, no majos, no, sino majísimos. Curiosamente, no eran los más brillantes. A veces, no eran los más trabajadores, pero cuando se trataba de calificarles, yo dejaba aparte las notas que había ido tomando sobre ellos, apartaba los exámenes, cerraba los ojos y me preguntaba: “¿Ficharías tú a éste para tu empresa?”
La contestación me salía automática: Sí o no. Si era sí, aquella persona ya tenía la nota más alta. Después, miraba los papelitos para ver si se me había pasado por alto algún detalle negativo, pero nunca lo encontré, por lo que dejé de mirar papelitos. Si era no, entonces miraba, lleno de buena voluntad, los papelitos y siempre encontraba algo bueno, que me permitía aprobarle sin que me remordiera la conciencia.
Necesitamos tíos majos. Es una necesidad nacional, en las empresas, en las familias, en los partidos políticos, en los pueblos, en las ciudades, en los equipos de fútbol. Tíos a quienes se les entienda cuando hablan, no tíos que dicen palabras y frases extrañas, seguramente porque no saben de aquello de lo que están hablando.
Tíos fiables, de los que llaman al pan, pan, y al vino, vino. Y que cuando dicen sí es SÍ y cuando dicen no, es NO.
Tíos educados, que sepan que cuando dicen la verdad, la dicen de modo que el otro no se ofenda, y que sepan que no siempre hace falta decir toda la verdad. Por ejemplo: si la mujer de un amigo nuestro es muy fea, no hay por qué dejar claro el asunto. Siguiendo con los ejemplos, si un colaborador nuestro ha hecho algo mal, no hay por qué decirle la auténtica razón (que es un chapucero), sino que hay que intentar ayudarle para enseñarle, poco a poco, con paciencia, a trabajar bien.
Ya veis que el título de este artículo no tiene nada que ver con el contenido. La culpa es de mi hijo Gonzalo, que me dijo que escribiera sobre a quién invitaría a cenar a casa y a quién no. Es un juego al que hemos jugado muchas veces en familia, con nombres y apellidos de políticos, empresarios, toreros, etc. “¿Invitaríamos a cenar a XX?” Y todos dábamos nuestra opinión, con las razones más variadas. Al final, siempre llegábamos a la conclusión de que con éste nos encontraríamos bien y con aquél, nos encontraríamos peor.
De ahí salió la palabra “cómodo”, acuñada por mi mujer. Sí, invitaríamos a los cómodos.
Y me gusta trabajar con cómodos. Y cenar con cómodos. Y que me toque una mesa cómoda en un banquete de bodas.
Y, llevando las cosas a otro terreno, me gustaría que, partir de ahora, mis amigos, cuando me manden el currículum de alguien, pongan una nota: CÓMODO o NO CÓMODO.
P.S.
1. Fijaos que no he puesto MAJO o NO MAJO, porque el majo siempre es cómodo.
2. Ya sé que el plural de curriculum es curricula, pero me resulta más fácil lo de curriculums.
3. Como siempre, cuando hablo del hombre, hablo de la persona, masculina o femenina. Como en este artículo he hecho mucho hincapié en lo de “tíos majos”, he preferido dejarlo así, porque en mi casa me enseñaron que decir “tías majas” es una ordinariez.
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Acerca de...
Leopoldo Abadía es un chaval de 75 años, 12 hijos y 36 nietos, ex profesor del IESE y presidente del Grupo Sonnenfeld, que asegura no saber nada de economía pero que ha puesto en claro la mejor explicación en castellano sobre la crisis subprime.
A partir de ahí, para su sorpresa, miles de personas de todo el mundo consultan diariamente su blog. Desde su atalaya de San Quirico, aporta una voz independiente sobre la complicada realidad económica y social actual. Sin más pretensiones.
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