Esta semana comí un día en Barcelona con un amigo de mis hijos. Me llamó para hacerme una consulta. Le han ascendido en su empresa y ahora tiene responsabilidad sobre un equipo de personas. Alguien le ha aconsejado que lo que tiene que hacer es querer a esas personas. Y el chaval me dice: “Hombre, a mí me parece bien. Pero ¿me lo podrías tú concretar un poco más?”

Yo era muy amigo de su padre y no deja de sorprenderme que aquel chavalillo que venía a jugar a mi casa hace cuatro días, y se me comía lo que había en la nevera, me plantee ahora esa pregunta.

Ya sabéis que a mí me gusta discurrir escribiendo en una servilleta. En José Luis, que es donde estamos, las servilletas son de tela, pero le pido a Fermín, un camarero fenomenal que sonríe discretamente cuando, para comer, le pido un whisky, una ensalada y un café, que me traiga una hoja de papel, y así podemos pensar un poco mientras comemos.

Pues sí, hay que querer a la gente. Lo que pasa es que hay que precisar las cosas, para evitar que, como dicen en Cataluña, todo sea “flors i violas” (o sea, lo que en castellano podríamos llamar “flores y pájaros”.)

Yo tengo una teoría, sin demasiada base científica, que me ha ido bien en las empresas con las que tengo alguna relación. Es la teoría del “apretaje de tuercas”. Ya sé que no suena bien del todo. Incluso, en alguna empresa me han pedido que le llame “nuevo sistema de gestión”.

Pues el “nuevo sistema de gestión”, que de nuevo no tiene nada, está basado en unos pocos puntos:

1. Que el hombre fue hecho para trabajar

2. Que cuando el hombre no trabaja, nota que le falta algo. Ejemplos:

a. El drama del paro no es solamente económico. Es algo que afecta a la dignidad de la persona.

b. Cuando uno se jubila, busca normalmente algo que hacer, porque si no, le entra la neura.

3. Que, aunque fuimos hechos para trabajar, no todos sabemos trabajar.

4. Que a trabajar se aprende trabajando.

5. Que para esto es bueno que alguien nos ayude.

6. Que ese alguien puede ser un superior, un igual y, a veces, un inferior.

7. Que, como en todas las cosas, a veces estamos un poco vagos. Y algunos, no están, sino que son vagos.

En el caso de mi amigo, él es el jefe. Tiene un equipo de personas a las que me describe. Son normales, con sus cosas buenas y sus cosas mejorables. Y, por supuesto, son aprovechables. En mi vida no he encontrado una sola persona que no pudiera ser aprovechable. Quizá no para Presidente del Banco Santander (en primer lugar porque el puesto ya está ocupado), pero sí para uno de los millones de puestos de trabajo que, gracias a Dios, existen en el mundo.

Le digo que para querer a la gente no hay que hacer cosas raras. No se trata de ser el simpático de la reunión. Se trata de ayudarles a sacar todo lo bueno que llevan dentro. Y esto exige exigencia, hacer que aprendan:

1. Que el trabajo no está hecho hasta que no está acabado, y bien acabado.

2. Que las chapuzas están pasadas de moda, si es que alguna vez lo estuvieron.

3. Que el trabajo en equipo quiere decir que todos tiramos del carro a la vez, y en la misma dirección.

4. Que es muy bonito hablar de responsabilidad social de la empresa y, a la vez, ir poniendo zancadillas al trozo de sociedad que tenemos más cerca (los que trabajan con nosotros.)

5. Que, cuando trabajamos, de vez en cuando alguno se cansa, alguno tiene un problema, alguno se despista. Y ése es el momento de echar una mano a esa persona:

a. A veces, con una bronca, en privado y sin gritos, que no sirven para nada.

b. A veces, con una conversación tranquila.

c. A veces, dándonos cuenta de que lo que le pasa es que no sabe hacer aquello. Y hay que enseñarle.

6. Podía seguir con los “a veces”, pero me parece que, por hoy, mi amigo tiene bastante para implantar el “nuevo sistema de gestión”. Y, de paso, apretar las tuercas.

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