“Españoles, Polanco... ha muerto”. El remedo a la histórica frase televisiva pronunciada entre lágrimas por Carlos Arias Navarro con motivo de la muerte del caudillo el 20 de noviembre de 1975, fue lo único que le faltó a Juan Luis Cebrián en la presentación estratégica del grupo realizada la semana pasada. Reconocer ante el público asistente -directivos, periodistas y analistas- de forma directa lo que es un secreto a voces en los mentideros de la Villa y Corte y fuera de ellos, en la periferia empresarial. Es verdad, Polanco ha muerto y con él un modo de entender la empresa que pasaba por la omnipresencia, la omnisciencia y la omnipotencia, tres poderes atribuidos a la divinidad, pilares sobre los que edificó un imperio mediático con el que más valía llevarse bien. Polanco ha muerto y su herencia pesa como una losa sobre aquellos que, habiendo medrado a la sombra del líder, se encuentran con que el buque no navega tan solo como parecía. Se nota la ausencia del capitán. El ejercicio diario del poder requiere de dos elementos inseparables: posesión y reconocimiento. Y aunque algo queda de la primera, el segundo empieza a ser un recuerdo del pasado. Polanco ha muerto, señores. Descanse en paz.

Y es que del Cielo al Infierno no media más que la débil frontera que impone el pecado, desobediencia voluntaria a la ley de Dios. Y si uno se atiene a la cobertura que del evento ha existido, puede encontrar pruebas evidentes de que Cebrián pecó de pensamiento, palabra, obra y omisión, traicionando los principios básicos que caracterizaban, hasta ahora, las intervenciones de don Jesús. Nunca se había visto en una presentación de Prisa tal acumulación de signos de debilidad, se miren por donde se miren, se venda como se quiera vender. Ya saben, vaso medio lleno o medio vacío, igual realidad. La estrategia llevada a cabo por el grupo le ha llevado a convertirse en un funambulista financiero, artista cuyo equilibrio depende de la difícil refinanciación de su deuda, en un entorno de restricciones como el actual, y de la venta de un activo maduro con un modelo de negocio agotado, como es la televisión de pago, como vía de obtener ingresos que le permitan reequilibrar la delicada situación del balance. Casi nada. A lo largo de los próximos tres meses vamos a conocer si verdaderamente Prisa conserva la capacidad de influencia y ejecución que mantenía hasta hace bien poco o, por el contrario, la ausencia de Polanco tiene más calado de lo que cabía suponer, tesis que servidor suscribe. A tus manos mercado encomiendo mi espíritu, tú el financiador leal me librarás.

El discurso de Cebrián se las trae, cúmulo de vulnerabilidades. Omisión, ni una sola referencia a la situación política nacional, campo en el que tradicionalmente Polanco había jugado fuerte, llevando incluso, en los últimos tiempo, el posicionamiento ideológico de sus cabeceras a niveles extremos. A los tibios los vomitaré de mi boca. Pensamiento, hablando de la potencial venta de unos activos, para los que se manejan valoraciones disparatadas, en los que ni ellos mismos creen como prueba su súplica de retrasar el apagón analógico a fin de consolidar primero Cuatro. Obra, al decidir la enajenación de sus inmuebles estrella a unas rentabilidades superiores a las fijadas inicialmente en el cuaderno de venta y bajo la inexcusable condición, fijada por el comprador, de llevar arrendamientos que vencían en los próximos dos años a diez y quince años. Y esto para, según un cálculo rápido, apenas cubrir un año de intereses. Palabra, mediante el anuncio de un proceso de restructuración de deuda, consecuencia de una OPA que sólo podía ser necesaria a efectos de consolidación fiscal de pérdidas, que ni eso, y que no es sino la manifestación más evidente de una decisión descabellada que deja el balance tiritando. Las cuatro esquinas del Acto de Contrición que inicia la liturgia eucarística recorridas de cabo a rabo, diapositiva tras diapositiva. ¿Signo de arrepentimiento?

Polanco ha muerto. Y contempla desde su tumba el derrotero que toma la nave empresarial que tanto esfuerzo y conexiones le costó construir. Ahora sólo queda Pancho. Y después, el vacío. Cebrián no es un tycoon por más que quiera, en un momento dado, arrogarse ese papel. La operación Telefónica, acudiendo a la oferta sobre Sogecable, era un imposible cuando el fundador vivía. Alierta, sobre el que recayó finalmente la decisión, si nos atenemos a las crónicas, jamás hubiera osado enfrentarse con don Jesús. Pero Janli es otra cosa, poca cosa me atrevería a decir. Y es ahora la operadora y su Imagenio quienes tienen la sartén de la liquidez por el mango. Qué tiempos aquellos. Lo dicho. Descanse en paz.

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