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Kerkorian, el padre de los ‘megaresorts’

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@María Igartua - 24/05/2008 06:00h

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Kerkorian, el padre de los ‘megaresorts’

Kirk Kerkorian ha vuelto a la carga. El multimillonario estadounidense, que amasó su fortuna en el mundo del casino, se la ha vuelto a ‘jugar’ con una nueva inversión en el mundo del motor. Después de sus dos aventuras en la compañía automovilística Chryrsler, donde fue primer accionista antes de la primera fallida fusión con Daimler, y en General Motors, que abandonó un año después de alcanzar el 9,9% tras no conseguir la integración del entonces primer fabricante mundial de automóviles con Renault-Nissan, ha apostado por Ford, lanzando una oferta por el 1% de la compañía, que le permitiría alcanzar el 5,6% de concretarse. Y lo ha hecho en un momento en el que el sector no atraviesa su mejor momento sacudido por la crisis que vive la economía de Estados Unidos y la caída del consumo.

Pero a Kerkorian, a sus 90 años de edad, no se le ha puesto nunca nada por delante. Prueba de ello es el origen de su fortuna, 16.000 millones de dólares que le han llevado a ocupar el puesto 41 en la lista Forbes de los hombres más ricos del mundo. Y es que, hijo de inmigrantes, vio en Las Vegas un manantial de dinero donde sólo había un desierto y cuatro edificios más. Kerkorian aterrizó -nunca mejor dicho ya que por aquel entonces era piloto y propietario de una pequeña compañía de vuelo llamada Cessna- en 1944, con tan sólo 27 años de edad.

Kerkorian arriesgó en el juego y ganó

Se quedó fascinado y comenzó a dedicarse al juego hasta que en 1947 reunió el dinero suficiente para comprar, por 60.000 dólares, Trans International Airlines, una pequeña compañía de vuelos chárter que daba servicio a los jugadores que volaban desde Los Ángeles a Las Vegas. Tras eso, vio en el excedente de bombarderos al término de la II Guerra Mundial un nuevo negocio. Con dinero prestado por una acaudalada familia californiana se hizo con una flota. Pero el objetivo no era sacar partido de los aviones militares, sino vender el combustible que había en sus tanques aprovechando la escasez de gasolina del momento, especialmente de fuel para aviones. Con ello liquidó su deuda, se quedó con las aeronaves y siguió adelante con Trans International hasta que finalmente en 1968 se la vendió a Transamerica Corporation por 104 millones de dólares.

Sin embargo, el olfato por los pelotazos le hizo ir más allá del mundo aeronáutico. Paralelamente a su aventura alada, Kerkorian apostó con fuerza por el suelo. En 1962 compró algo más de 32 hectáreas en Las Vegas entre The Scrip (zona sur de Las Vegas Boulevard) y el Flamingo por 960.000 dólares. Fue ahí donde se levantó el Caesars Palace, que alquiló el terreno a Kerkorian hasta que el 1968 lo adquirió definitivamente por 9 millones de dólares.

La apuesta por el suelo en la ciudad del juego iba sobre ruedas y viendo que el verdadero negocio se encontraba en el urbanismo compró otras 33 hectáreas en Paradise Road por 5 millones para construir, junto al arquitecto Martin Stern, el International Hotel, en su día el complejo hotelero más grande del mundo. No en vano, este hombre de origen armenio es conocido como ‘el padre de los megaresorts’, es decir el tipo de edificio que cuenta con hotel, casino, tiendas y restaurantes todo en uno.

Dinero llama a dinero

Kerkorian no se amedrenta con nada. Si bien es verdad que los pilares de su fortuna se encuentran en el juego, ha sabido diversificar y ningún sector se le ha resistido. Otra de sus andaduras empresariales comenzó en los años 70 en el mundo del cine, cuando compro el famoso estudio cinematográfico Metro Goldwyn Mayer. De nuevo recurrió a Stern para construir un casino más grande que el Empire State Building bajo en nombre de MGM Grand Hotel. Trece años después se lo vendió a Bally Tecnologies - por 594 millones de dólares. Las deudas de MGM llevaron a los estudios a sacar a subasta hasta los zapatos de rubíes de Dorothy, protagonista de El Mago de Oz, hasta que finalmente Kerkorian se deshizo de parte de la compañía.

Ahora, a través de su brazo inversor, Tracinda Corporation sigue adelante en la busca y captura de nuevos negocios. Su último objetivo es Ford, donde tiene ya el 4,6% y que quiere aumentar hasta el 5,6 comprando un paquete de 20 millones de acciones por 170 millones de dólares. Sin embargo, lo que parece una operación más en el mundo empresarial puede tener un trasfondo aún más interesante. El fabricante de automóviles ha anunciado esta misma semana que no obtendrá beneficios en Norteamérica en 2009, lo que pone de manifiesto los malos tiempos que atraviesa el sector y, sin embargo, Kerkorian lo quiere.

Kerkorian fuera del mundo empresarial

Su vida personal ha sido tan ajetreada como la profesional. Ha pasado tres veces por ‘la vicaría’, tiene dos hijas resultado de su segundo matrimonio con Jean Maree Hardy, bailarina en el Thunderbird, una sala de fiestas de Las Vegas, Tracy y Linda, que dan el nombre a su sociedad Tracinda Corp. y otra, Kira, hija de la tenista profesional Lisa Bonder.

De hecho, ha sido esta última la que más quebraderos de cabeza ha dado al multimillonario y su vida en común ha sido todo un culebrón que ha hecho correr ríos de tinta en Estados Unidos e, incluso, ha movilizado a la opinión pública.

Bonder y Kerkorian se conocieron en 1986 en un partido de tenis. Ella tenía 20 años y el ya contaba los 68. Su relación encajó desde el principio y lo que comenzó con unas inocentes citas para pelotear en la pista se convirtió, cinco años después, en todo un idilio amoroso que supuso el divorcio entre la tenista y su marido.

Fue entonces cuando Bonder comenzó a vivir a cuerpo de reina y dejó de trabajar. La tenista tenía su objetivo claro, quería casarse con Kerkorian. Después de dos intentos fallidos, ella se lo pidió en un viaje a Hawai y otro a Europa, obteniendo sendas negativas, se quedó embarazada. Fue entonces cuando, en 1999 finalmente, Kerkorian cedió para trasmitirle “dignidad y respeto” a la pequeña, como ambos afirmaron. Pero el forzado casamiento tenía condiciones: se firmó un acuerdo prematrimonial en el que se estipulaba que la unión duraría tan sólo un mes y después la madre y la hija recibirían 35.000 dólares al mes.

Sin embargo, las cosas se complicaron. Bonder no se conformó con semejante cifra y, asesorada por su abogado, fue a por más, alegando que la vida en California para una niña tiene muchos gastos: fiestas, ropa, viajes… total, necesita como mínimo 320.000 dólares. Kerkorian puso en duda su paternidad, se vio implicado indirectamente en el caso de las escuchas a famosos de Anthony Pellicano por pagar para espiar a su ex mujer, el asunto fue a juicio, pruebas de ADN y la sociedad indignada con la ex señora de Kerkorian a la que tacharon de “avariciosa”.

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