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Muy Sr. mío:

Reconozco que cuando a principios de año, como un regalo de Reyes tardío, Ud. decidió calificar de antipatriotas a aquellos que nos empeñábamos en poner, con mayor o menor acierto, negro sobre blanco la deteriorada situación económica española, me vinieron inmediatamente a la cabeza tres reflexiones. La primera, su tardío y electoral descubrimiento del elemento patria-nación, tal y como las identifica el artículo 2 de la Constitución Española. De ser un concepto discutido y discutible, la patria pasaba a convertirse, por mor de su retórica, en arma arrojadiza contra los que sacaban, a su juicio, la patita del tiesto oficial. Más allá del continente, me felicité de que Ud. hubiera dotado al sustantivo de contenido. Mejor tarde que nunca, pensé para mi. Lástima que tal pensamiento quedara eclipsado por los dos siguientes.

En segundo término, he de confesarle que me preocupé sinceramente. En vísperas del bicentenario de los acontecimientos que sacudieron España el 2 de mayo de 1808, la calificación como enemigo de la patria me hizo sentir como muchos de los que injustamente fueran catalogados en aquella época como afrancesados, simplemente porque, sin tener simpatía alguna por la dominación francesa, propugnaban que, importar algunas de las ideas del país vecino para mejorar el modelo de estado, no sólo era conveniente sino incluso necesario. En la catalogación de un interlocutor como afrancesado iban de la mano el desprecio por la persona y la invalidez de sus propuestas. Muchas buenas iniciativas que hubieran previsto desastres políticos, económicos y sociales en las décadas siguientes se quedaron así en el tintero. La descalificación puede ser propia de quienes ejercen tareas de partido pero no del que, desarrollando labores de gobierno, está obligado a enriquecer su visión de España con la opinión de todos aquellos que, con el tiempo, se han ganado el respeto y el derecho a decir algo. No me podía creer que el Síndrome de la Moncloa le hubiera afectado en tan breve espacio de tiempo, la verdad.

Por último, e íntimamente ligado con lo anterior, me sentí profundamente decepcionado y le explicaré por qué. Desde la barrera del optimismo antropológico del que hace recurrentemente gala no se puede torear un astado venido a más con las banderillas de la inflación, el déficit exterior y el repunte del paro. Todos en la plaza habían percibido, ya entonces, la peligrosidad de un toro que amenazaba con llevarse por delante a cualquier maestro que asomara por el burladero. No se puede lidiar igual un manso que un bravo, un Victorino que un Pablo Romero. Y esta piel que responde al nombre de España se había convertido en un Miura que requería oficio, tiempo y dedicación. Cada minuto que se perdía mirando el ombligo de la autocomplacencia y el exceso de confianza era tiempo perdido para corregir unos desequilibrios que han tambaleado en apenas seis meses los cimientos que sustentaban el milagro económico español. Es verdad que la crisis financiera internacional ha supuesto la puntilla. Pero para aquél entonces ya estaba el animal muy herido. Lo vi falto de cintura para hacer frente a EL problema y, desgraciadamente, parece que sigue igual (“el peor dato nuestro de paro mejorará el más positivo de Aznar”, tierra trágame y no me escupas más).

Ahora que ha quedado demostrado que el rey, o la economía española, está desnudo, tal y como venía coreándose en numerosos, demasiados, foros, desde hacía mucho, demasiado también, tiempo, la pregunta que queda en el aire es: ¿quién es aquí el antipatriota, el que dice la verdad o el que la oculta con fines electorales? Como arte y parte del debate que soy, omito dar un respuesta. Lo dejo para su reflexión. Pero si me permite un consejo, escuche, simplemente eso; hágalo. No se encierre en su burbuja. Salga a la calle. Olvídese de los mariachis que le cantan las rancheras que quiere oír. Ha ganado las elecciones. Tiene cuatro años por delante. Busque lo mejor para España. Cada día, prácticamente en cada medio, hay una pléyade de propuestas en todos los ámbitos de la economía. Gente preocupada por España como esperamos que lo esté Ud. Ideas, ideas, ideas. Una válidas, otras menos. Rodéese de gente competente y supere las poses mediáticas para entrar en las acciones efectivas. Ahora que habla de innovación, base de la imprescindible mejora de productividad que necesita nuestro país, no deje de leer la entrevista del presidente de HP, Mike Hurd, este domingo en el periódico que dejó de denominarse independiente por no insultar la esencia del epíteto: “la innovación es saber cambiar las dinámicas según el entorno. Es una fuente enorme de diferenciación”. Y, sobre todo, antes de llamar a una parte importante de la población antipatriota, con la peregrina excusa de que está afirmando lo que todos saben, que el rey está desnudo, piense si lo que ha de decir es más importante que el silencio abnegado de su trabajo, que es para lo que todos le pagamos.

Afectuosamente,

S. McCoy.

P.S. Buena y corta semana para Ud. y para todos los lectores de Cotizalia y El Confidencial.

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@S. McCoy

Experto financiero que escribe Valor Añadido. Es un incisivo analista que despertó el interés de nuestros lectores con sus brillantes y didácticos artículos sobre empresas, sectores y tendencias del mercado.

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