China acaba de registrar una nueva plusmarca. Esta vez no se trata del crecimiento del PIB, ni de la capacidad de su industria manufacturera, ni de la atracción de capital extranjero. El nuevo récord que agita el gigante asiático es el de la inflación. Después de registrar un 7,1% en enero, el mes pasado se alcanzó el 8,7%, la mayor tasa de los últimos 11 años. Con razón la Asamblea Nacional del Pueblo (Parlamento chino) abrió su última sesión asegurando que la subida de los precios es el "gran enemigo del pueblo". Y es que, al llenar la cesta, los chinos pagan un 23,3% más que el año pasado.

Aunque en China alcanza cifras desorbitadas, el problema se extiende por el resto del continente. India tuvo en febrero una tasa del 5,02%, la mayor de los últimos once meses. Y en el Sudeste Asiático los precios crecen a ritmos parecidos. La carestía de la carne de cerdo ha abierto nuevos horizontes culinarios en Vietnam, multiplicando las ventas de un producto que llevaba años en retroceso: la rata.

La radiografía de la cesta de la compra es parecida en toda Asia. Lo que más está creciendo por todo el continente es el precio de los alimentos básicos, fundamentalmente la carne, el aceite y las verduras. El paradigma es el cerdo, pilar de la dieta china, que se está convirtiendo en un artículo de lujo y que se paga un 63,4% más caro que hace un año. Las verduras han crecido en el mismo periodo un 46% y el aceite un 41%. Las dificultades para llegar a fin de mes son tan reales que, en diciembre, una cadena de supermercados europea provocó en la ciudad de Chongqing una estampida en la que murieron tres personas. La catástrofe se produjo tras anunciar por megafonía una promoción que rebajaba al 50% el precio del aceite.

Los comunicados oficiales cargan las culpas sobre las nevadas del mes pasado, sobre el aumento de los costes del trabajo y del precio del petróleo. También anuncian que la inflación podría seguir cabalgando el mes que viene. En total, las autoridades le dedican al asunto buena parte de su tiempo. El Gobierno chino está tan preocupado por los efectos sociales de la carestía que, en sus objetivos para 2008, ha relegado en un segundo plano el crecimiento del PIB. Lo primero, dicen, es meter mano a la inflación, aunque esto agrave el enfriamiento económico.

Porque, por otra parte, la desaceleración de la economía china empieza a ser ya una evidencia admitida incluso en círculos oficiales. En el mismo discurso en el que el primer ministro Wen Jiabao anunciaba "incrementar los esfuerzos en la lucha contra los precios", también rebajaba las expectativas del 2008, dejando claro que todo lo que sea crecer por encima del 8% será considerado un "éxito". Sí, sigue siendo una cifra apabullante, pero teniendo en cuenta que en 2007 China subió un 11,4%, el frenazo parece significativo.

Los sucesivos trompazos de las bolsas de Shanghai y Shenzhen tampoco llaman al optimismo. La prensa económica estadounidense empieza a temer ya los efectos de la ‘guerra contra la inflación’ que China lleva semanas anunciando. Las autoridades económicas chinas han hablado incluso de establecer precios máximos para algunos productos y no se descarta tampoco una subida significativa en los salarios de las fábricas, donde millones de obreros tienen problemas reales para alimentar a sus familias a causa de los precios. En definitiva, lo que vienen a decirnos los analistas es que Occidente podría sufrir un contagio inminente de esta nueva ‘gripe asiática’. Como si tuviéramos pocas enfermedades económicas...

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