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“Ven gratis a China. Págate los Juegos enseñando inglés"

Juegos Olímpicos

@Ángel Villarino-Shenzhen (China) - 15/02/2008 nullh      Actualizado: 01/01/1970 nullh

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"No te entretengas con la gente que te para por la calle en esta ciudad. La mayoría sólo quieren practicar inglés". Es el consejo que me da, antes de despedirse en el aeropuerto, un compañero de avión estadounidense que vive en China desde hace tres años.

En Shenzhen, megalópolis situada a escasos kilómetros de Hong Kong, las oportunidades para aprender inglés son escasas y las ventajas de conocerlo infinitas. Algunas agencias ofrecen servicios de traducción gratuitos para que sus estudiantes mejoren su vocabulario. Los clientes son los miles de empresarios de medio mundo que visitan las fábricas del Cantón en busca de oportunidades para abrir nuevos negocios.

Miles de occidentales, indios y africanos, muchos de ellos jóvenes estudiantes, encuentran trabajo sin dificultad en las escuelas privadas y públicas de la ciudad, que ofrecen alojamiento, comida y hasta 750 euros al mes (un excelente sueldo para China) a cualquiera que esté dispuesto a trasladarse a vivir aquí. "Las mejores escuelas, las que mejor pagan, quieren profesores nativos, pero la mayoría aceptan cualquier cosa. Con poco inglés que sepas ya sabes más que la mayoría de los chinos y puedes dar clases a niveles inferiores", confiesa un profesor ruso que trabaja en una pequeña academia, al tiempo que aprende mandarín. Algunas agencias utilizan las Olimpiadas como reclamo: "Ven gratis a China. Págate los Juegos enseñando inglés", leo en una página web para profesores.

El desarrollo en Shenzhen es tan veloz, tan inmediato, que miles de empresas, hoteles y restaurantes necesitan hablar inglés de la noche a la mañana. No se trata únicamente de intérpretes, sino también de traductores que puedan transcribir la señalización, los manuales, la publicidad para extranjeros, los menús de los restaurantes, e incluso los tarifarios de las casas de masajes. Se trata de un negocio tan inmediato e improvisado que mucha de la información que se ofrece en inglés tiene errores ortográficos y gramaticales tan garrafales que a duras penas se entiende lo que quieren decir.

De los uniformes maoístas a la música tecno

Hace poco más de 25 años, Shenzhen era un pueblecito de pescadores en el que vivían 20.000 personas. Cuentan que en Hong Kong se organizaban excursiones a los montes más altos de la isla para observar con prismáticos la "vida del comunismo rural en Shenzhen", donde los campesinos aún cultivaban los huertos con arados romanos e iban vestidos con el uniforme azul del maoísmo.

Hoy, la ciudad presenta el aspecto de cualquier gran ciudad industrializada. Sus cerca de 10 millones de habitantes, llegados de todos los rincones de China, compran en surtidos centros comerciales donde suena música tecno, visten a la moda occidental y los más jóvenes se divierten en gigantescas discotecas, cines multisala y restaurantes que no tienen nada que envidiar a los de cualquier capital europea.

Shenzhen, paradigma del milagro económico chino, fue una de las cinco "zonas especiales" abiertas por Deng Xiaoping a principios de los 80 para experimentar con el libre mercado. Desde entonces, los cultivos y caminos sin asfaltar han ido enterrándose bajo autopistas de cuatro carriles que recorren las arterias de la ciudad.

Los efectos negativos que ha traído consigo el capitalismo también se dejan ver por las aceras de la ciudad. Mendigos, ancianos y mutilados viven en la calle y, envueltos en mantas, piden limosna con tazas de hojalata. En la monstruosa periferia, millones de inmigrantes llegados del campo se hacinan en dormitorios comunitarios pegados a las paredes de las fábricas.

Para todos ellos, aprender un poco de inglés es un seguro de vida, más útil que cualquier otro conocimiento que se pueda estudiar en la universidad. Chapurrear cuatro palabras da acceso a los mejores trabajos como asalariado: hoteles de lujo, oficinas de multinacionales. Un traductor profesional cobra en torno a 100 dólares por 8 horas de trabajo, más de lo que muchos obreros ganan al mes en jornadas de 12 horas de trabajo y sin apenas vacaciones.

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