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En Asia se aprende que es posible darle un valor añadido a cualquier cosa, incluso a algo tan sencillo como el cine. En Bangkok se pueden pagar veinte euros o cincuenta céntimos por ver el último estreno. ¿A qué viene tanta diferencia? Sencillo: a si uno prefiere ver la película empotrado en una espartana silla de plástico o acurrucado en una cama, embozado con una manta y asistido por una azafata que ejecuta al instante y con una sonrisa publicitaria cualquier capricho gastronómico.

En las salas ‘vip’ de los cines más grandes de la capital tailandesa al cliente se le recibe en un bar de diseño con una copa de vino francés y un masaje de veinte minutos. Se trata de relajar los músculos antes de que comience el espectáculo, como si el que fuera a pelearse con su sombra detrás de la pantalla fuera el espectador y no Edward Norton.

En casi todas las capitales del sudeste asiático el modelo se repite con reclamos que justifican cualquier tipo de precio. Las salas ‘Enigma’ proponen ver la película en un espacio ambientado como un bar de copas, con sillones de colores repartidos informalmente por la sala y un camarero de esmoquin sirviendo tintos chilenos, australianos, californianos y europeos. Para entrar no basta con ser cliente, hay que ser "socio".

Hay clases sociales en Asia incluso para asistir a la última de Spielberg. En los cines de medio euro el sonido trae fritura y las butacas son rígidas e incómodas como potros. Allí las balas no silban entre el patio de butacas, ni uno se puede echar una siesta si el director se pierde en planos interminables, pero las palomitas salen más baratas.

Los cines de Bangkok sólo tienen en común una cosa entre sí, una obligación transversal a todas las clases sociales. Antes de comenzar la película se proyecta un breve documental musical sobre la vida del Rey Bhumibol Adulyadej. Un homenaje que, ricos y pobres, celebran en pie. Eso sí, en las salas vip la ceremonia resulta más aparatosa porque hay que devolver la poltrona automática a la posición horizontal o salir de la cama arrastrando la manta.

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