No se trata de una oportunidad perdida. Ni mucho menos. No hay lamentos que valgan. La salida de Rato del Fondo Monetario Internacional puede que deje a España un poquito más huérfana de representantes mundiales de altura, pero responde a una lógica ineludible. La institución no es lo que era, su adaptación a los nuevos tiempos es complicada y su futuro incierto. Rodrigo Rato, sea cual sea la razón última de su movimiento, abandona un barco cuya línea de flotación se ha visto seriamente dañada por la evolución económica mundial en el último lustro. Strauss-Kahn necesitará de algo más que voluntarismo para impedir que el Fondo acabe convertido en un think tank ilustrado de alcance real limitado. El debate acerca de las cuotas y el déficit presupuestario de la institución no sirve de nada si la finalidad de la misma no está clara. Y eso es lo que está ocurriendo hoy día.

Una vez roto, a finales de los 60, el mecanismo de tipos de cambio fijo fijado en Bretón Woods, que justificó el nacimiento del FMI, la institución se enfrentó a una pérdida de identidad similar a la actual. Sin embargo, las sucesivas crisis económicas y financieras de los 30 años siguientes le permitieron encontrar acomodo en el papel de salvador de las economías emergentes afectadas, a través del uso de un sistema de préstamos condicionados a la aplicación de estrictas recetas económicas. En la medida en que dichas naciones se han visto beneficiadas por la apertura de sus fronteras y un boom de las materias primas que les ha permitido acumular ingentes cantidades de reservas, el papel del FMI ha vuelto a ponerse en cuarentena. La iniciativa pública, -caso paradigmático el de China con los países africanos-, o privada, se muestran dispuestas a suplir la finalidad última de un FMI que se ha visto castigado, paradojas de la vida, por su exigencia de ortodoxia financiera y transparencia económica. Sólo 17.000 millones de dólares en créditos contemplan su activo actual. Quien te ha visto y quien te ve; ni sombra de lo que eras.

Quizá el estudio más demoledor que servidor ha leído sobre el particular lo firma la Heritage Foundation en su boletín de 23 de octubre de este año . Bajo el revelador título de “El mundo necesita menos FMI y no más”, -respuesta a la declaración de principios, en sentido contrario, de Strauss-Kahn en su primera reunión con el Consejo de Gobierno de la entidad-, desgrana el origen histórico del Fondo, los factores que han incidido en su evolución posterior, la realidad actual por la que transita y la posición futura que está llamado a asumir. Especialmente dura resulta la parte central del documento, que cuestiona la capacidad de influencia del Fondo en la economía mundial, a la vez que le invita a no invadir competencias hasta ahora atribuidas a otras instituciones como el Banco Mundial. Tiene algunas perlas dignas de enmarcar. Les recomiendo encarecidamente su lectura. Cuatro páginas. Como para salir corriendo. Exactamente lo que ha hecho Rato.

Heritage, think tank conservador norteamericano, concluye: “el FMI se ha convertido en una institución sin un rol claramente definido. Es momento de revisar su misión y estructuras para adaptarlas al mundo contemporáneo. La utilidad del Fondo se debería centrar en proveer de sólido asesoramiento económico y fiscal (centrado en la libertad económica como base del progreso de una sociedad) a los gobiernos de los países miembros. Y ese papel no requiere, sin duda, de los recursos actuales de los que disfruta (casi 2700 empleados y 700 millones de euros de presupuesto)”. Hasta ahí, de acuerdo. El problema es si un papel consultivo y no vinculante tendría algún impacto inmediato sobre las economías afectadas, que a nadie le gusta que le metan el dedo en el ojo, oiga usted. A duras penas. El ex vicepresidente del gobierno de esa nación otrora conocida como España, también lo ha visto claro. Una oportunidad perdida. Parece que no. Y es que cuando las barbas de tu vecino veas pelar… ¿Barbas?, ¿quién ha dicho barbas?

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