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PUNTO DE VISTA
Jesús García

Los bancos centrales y el bálsamo de Fierabrás contra la crisis crediticia

Crisis subprime

@Jesús García - 03/09/2007

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Si la crisis crediticia de los Estados Unidos sólo ha tenido un episodio de metástasis, sin contaminación del sector asegurador ni financiero en Europa, el Banco Central, presidido por Jean Claude Trichet debería elevar el próximo jueves el precio del dinero al menos hasta el 4,25%.

Los diez millones de hipotecados españoles tendrían motivos para aullar, pero los consumidores son siempre el eslabón más débil de la cadena alimenticia económica.

Una subida de tipos de interés vendría muy bien- salvando la premisa anterior- a economías recalentadas como la española o la irlandesa, templaría la economía alemana y daría motivos a los franceses para llevar a cabo reformas estructurales de las que adolecen casi desde que Napoleón abandonó el poder.

El francés Jean Claude Trichet dejaría claras dos cosas que aliviarían a los mercados: Una, que el sistema es capaz de resistir estruendos como el sufrido y que los efectos son limitados, por ahora. Y otra, que quien manda en la política monetaria- para el bien de las finanzas de la Unión Europea- es el Banco Central Europeo (BCE) y no el susodicho Sarkozy, el de los michelines de photoshop, ni otros políticos emergentes.

El nuevo Bonaparte francés se vanagloria de haber doblado la cerviz del BCE, incluso antes de que se pronuncie la autoridad monetaria. En la política pura y dura las baladronadas suelen resultar gratuitas. En la política monetaria, no.

El que espere además que el BCE bajando el precio del dinero pudiera arreglar la crisis del mercado crediticio, es simplemente un inconsciente y/o un ignorante.

Tampoco la Reserva Federal, reduciendo primero el tipo de descuento y después el oficial, frenará la hemorragia de algunas compañías financieras e inmobiliarias, bancos de inversión y fondos, embarrados de crédito basura hasta el ahogo. Eso no tiene cura, a corto plazo, como no la tienen los ciudadanos que compraron a ambos lados del Atlántico casas por encima de sus posibilidades.

Los bancos centrales no tienen en sus manos el bálsamo de Fierabrás, por mucho que algunos así lo crean.

España, que resultaba el paradigma de la bonanza inmobiliaria y constructora, no ha empezado aún la travesía del desierto que se suele notar nueve o diez meses después. Pero hemos sabido que muchos productos vendidos como conservadores en el ámbito financiero, tenían una coda de basura especulativa empotrada. La CNMV, antes de Conthe, ahora de Segura y Arenillas, ni lo había olido, como tantas otras cosas. Y eso que se supone que conocen bien el mercado.

El Banco de España, que en asuntos de productos suele estar a verlas venir como los monos de Gibraltar, mantiene un silencio cómplice mientras el inversor suele permanecer al pairo de unos folletos elaborados por finas manos de expertos abogados que hacen flaco servicio al que los lee.

En las crisis, los reguladores muestran su imprevisión aunque estemos ante verdades a voces, rumores estruendosos e incluso papeles entregados en sus registros convertidos en grandes archivos de la chamarilería financiera.

Al otro lado del Atlántico, las recetas de George Bush, igual que la cadena de dimisiones en su entorno, recuerdan el ocaso de una ideología neocon basada en la propaganda de un liberalismo que esconde en el trastero el ánimo interventor y ensaya ahora recetas socialdemócratas.

En fin, se espera mucho más de los bancos centrales que su capacidad para arreglar entuertos. No previenen nada. Son bomberos que actúan cuando el humo asoma por las llamas y no tienen la llave de la crisis. El mismo mercado que premió los excesos sin rubor ahora es inexorable con las debilidades. Un mercado imperfecto al que algunos consideran el estandarte de la justicia económica. No es más que un sueño.

En esta crisis, igual que en otras, se purgarán las penas delineadas en bancarrotas, impagos, liquidaciones, riesgo reputacional y sobre todo, en desconfianza de los inversores que tras el ocaso inmobiliario americano ya empezaban a dejarse llevar por otras euforias. Así de repetitiva y desmemoriada es la historia financiera que acababa de reinventar la rueda del endeudamiento sin fin. Como otras tantas veces.

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